Los parques necesitan a los indígenas
Un artículo del exdirector de Survival, Stephen Corry, donde argumenta por qué el modelo de conservación vigente no está alcanzando sus objetivos: en parte porque no respeta los derechos de los pueblos indígenas.
“Las iniciativas de Survival para integrar la conservación con los derechos indígenas y su participación son más que bienvenidas. Estos asuntos son de gran importancia y estas iniciativas merecen un sólido apoyo.” – Noam Chomsky, 2014.
Este artículo apareció publicado en El Huffington Post en marzo de 2015 y en Truthout (versión en inglés) en febrero de 2015.
Hace veinte años, una campaña publicitaria de El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) planteaba un extraño dilema: si enviar al ejército o a un antropólogo para detener la destrucción de la selva amazónica a manos de los indígenas. De manera igualmente insólita, afirmaba que los medios de comunicación estaban “inundados de llamamientos para salvar a los pueblos nativos”, y preguntaba: “¿Realmente merecen nuestro apoyo?”. La organización conservacionista, líder mundial en el área, continuaba diciendo que los pueblos indígenas habían aprendido mucho de los foráneos, incluidas “la codicia y la corrupción”. Menos mal que la respuesta de WWF a esta aparente disyuntiva no era, afortunadamente, enviar al ejército, sino conseguir que aumentaran las aportaciones de los simpatizantes para poder “trabajar con los pueblos nativos en el desarrollo de técnicas de conservación”. Actualmente, sus ingresos diarios ascienden a dos millones de dólares.
Perplejos. Así nos quedamos en Survival International al ver el anuncio publicitario y también las organizaciones indígenas cuando se lo mostramos. Que WWF culpara de la deforestación a indígenas embaucados era, de por sí, suficientemente grave; que diera a entender que atraían más financiación que los conservacionistas, ridículo; pero que mencionara a soldados como a conservadores de la naturaleza en una misma frase resonaba a ecos incómodos sobre las raíces de estos últimos en la ideología colonialista.
Sin embargo, las afirmaciones de WWF posiblemente causaron más sorpresa entre sus simpatizantes que entre muchos indígenas, quienes perciben desde hace tiempo a las grandes organizaciones dedicadas a la conservación medioambiental como parte del bando integrado por bancos de desarrollo, constructoras de presas y carreteras, mineros y madereros. Todos ellos, dirían, son foráneos empeñados en robar sus tierras.
Al menos en estas dos últimas décadas, algunos grupos conservacionistas han saneado su lenguaje: ahora, sus políticas aseveran que trabajan en colaboración con comunidades indígenas locales, que les consultan y explican lo mucho que, aparentemente, apoyan los estándares de Naciones Unidas sobre derechos indígenas. Sin duda, muchos dentro de la industria de la conservación creen en ello y toman consciencia de que los pueblos indígenas y tribales son, por regla general, tan buenos protectores de la naturaleza como cualquier otro, cuando no considerablemente mejores.
Incluso quienes disienten reconocen como mínimo que alienar a la población local, sea o no indígena, deriva con el tiempo en oposición y ataques a las áreas protegidas. Esta es una de las razones por las que la industria de la conservación hace esfuerzos, al menos sobre papel, para sumar a las comunidades locales. Pero más allá de las declaraciones escritas, ¿cuánto han cambiado realmente las cosas en estos últimos veinte años? Por desgracia, para muchos, no demasiado; en algunas zonas, incluso están empeorando.
Realojamientos voluntarios
Las reservas para tigres de la India inspiradas por WWF se utilizan cada vez más para expulsar a pueblos indígenas de sus selvas y poder así abrirlas al turismo. A sus habitantes se los soborna con un puñado de rupias para renunciar a las tierras que han sostenido a sus familias durante innumerables generaciones. Lo más habitual es que las promesas naufraguen y se les deje con las manos vacías y unas míseras lonas de plástico bajo las que resguardarse. Y tanto si los incentivos económicos llegan a materializarse como si no, vienen acompañados de amenazas e intimidaciones: a los indígenas se les repite hasta la saciedad que si no se marchan, sus hogares y cultivos serán destruidos y se quedarán sin nada. Cuando finalmente ceden a la presión, los conservacionistas denominan a sus traslados “realojamientos voluntarios”. Sobra decir que esto es ilegal.
Muchos se sorprenderán al saber que hay evidencias de que las poblaciones de tigres prosperan en zonas donde todavía quedan poblados tribales: sus pequeños campos de cultivo atraen a más presas de tigres que las densas junglas cerradas. En cambio, cuando se los expulsa por sus viejos campos despejados, se abren paso carreteras, hoteles y camionetas abarrotadas de turistas embelesados que, según indican estudios, aumentan el estrés de los animales. En otras palabras, si quieres tigres felices, lo más sensato es dejar a los pueblos indígenas donde siempre han estado. Son, sin duda, los mejores ojos y oídos para denunciar cualquier actividad furtiva. Los baigas de la famosa reserva de Kanha representan un caso ilustrativo, ya que respetan a los grandes felinos como si fueran sus hermanos pequeños.
¿Cazadores o furtivos?
En las reservas de tigres de la India, los guardas intimidan y golpean a los indígenas que descubren en la tierra que una vez fue su selva ancestral. Pero sus acciones palidecen frente a las torturas que las patrullas antifurtivos infligen a los pigmeosbakas en Camerún. Lo que nos lleva de nuevo al citado anuncio: la industria de la conservación sí está enviando soldados, tal y como siempre ha hecho. Escuadrones paramilitares del Gobierno camerunés fuertemente armados acompañan a ecoguardas equipados con fondos de WWF. Propinan palizas a los que creen que han accedido a zonas protegidas, que son, de hecho, las tierras ancestrales de los bakas. Basta la mera sospecha de que conozcan a quien ha entrado para que los indígenas sean agredidos. Mientras, su selva es talada y abierta a la minería, incluso por parte de empresas vinculadas a WWF.
“Nos golpearon en la base de WWF. Casi muero”, dijo a Survival un hombre baka. WWF parece incapaz de poner fin a estos abusos. Tiene conocimiento de ellos desde hace años, y sin embargo opta por mostrarse reacio hacia quienes denuncian estas acciones: la “absurda” campaña de Survival para atraer la atención sobre ellos podría, afirman, ayudar a los “verdaderos” criminales.
Las víctimas indígenas son invariablemente acusadas de “furtivos”, un término que ahora se utiliza para cualquier tipo de caza, incluida la de subsistencia en busca de alimento, con la que disienten los conservacionistas. Pero, ciertamente, no todo tipo de caza entra en la denominación. Muchas organizaciones conservacionistas, WWF entre ellas, no se oponen a la caza mayor por la que se pagan grandes sumas de dinero. Más bien al contrario, se benefician de ella y hasta admiten, con la boca pequeña, que es un ingrediente vital para la conservación de la naturaleza.
Algunos medioambientalistas experimentados tampoco se muestran reacios a pegar algunos tiros de vez en cuando. El expresidente honorífico de WWF España y rey saliente del país fue fotografiado recientemente en Botsuana junto al elefante que había cazado. El escándalo fue tal que lo forzó a salir de la organización, pero solo porque la fotografía que lo atestiguaba se había filtrado. Los reyes pueden cazar elefantes que, según se nos dice, están amenazados, pero los bosquimanos no pueden cazar para comer, ni tan siquiera uno de los abundantes antílopes con los que han convivido de forma sostenible desde tiempos inmemoriales. Ante la menor sospecha de haber cazado uno, serán torturados y golpeados como los bakas. Esto lleva sucediendo décadas, mientras el presidente de Botsuana, Ian Khama, ha tratado de expulsar a los bosquimanos de su hogar en la región del Kalahari Central. El año pasado prohibió la caza en todo el país excepto. Claro está, la que practican los safaris de caza pagados. Fue otro acto ilegal encubierto bajo la apariencia de la conservación.
Conservación de la naturaleza y minería de diamantes
Como ávido medioambientalista y miembro de la junta de Conservación Internacional (CI), ni más ni menos, el general Khama afirma querer despejar la zona para que no se perturbe a la fauna salvaje. Esto resulta chocante, ya que los animales llevan más de dos décadas padeciendo continuos trastornos, y no precisamente a manos de los últimos indígenas de la región: la exploración minera avanza a buen ritmo, y ya es posible adquirir un diamante de la llamada reserva de caza. Estos exclusivos y costosos símbolos de amor están vinculados ahora a la destrucción de los últimos cazadores bosquimanos de África.
Está previsto que este mes Khama ejerza como anfitrión en el segundo encuentro de United for Wildlife, un consorcio formado por las mayores organizaciones conservacionistas del mundo, WWF y CI entre ellas. Se prevé que algún miembro de la realeza británica llegue y se sume al clamor contra la “caza furtiva”. La asamblea de conservacionistas, que violan sistemáticamente la ley en su trato a los pueblos indígenas, estará abanderada por un presidente culpable de intentar erradicar a los cazadores bosquimanos. No hay duda de que la hipocresía se camuflará baja la mojigatería con que la prensa actuará en las sesiones fotográficas. Los anfitriones del primer encuentro de United for Wildlife, celebrado en Londres, fueron los príncipes Enrique y Guillermo. Un día antes habían regresado de cazar en España.
Hace un par de años, al suroeste de la mina de diamantes de la Reserva de Caza del Kalahari Central, otra comunidad bosquimana iba a ser expulsada de su tierra por cometer la temeridad de permanecer donde CI pretendía establecer un nuevo “corredor para la vida salvaje”. Aparentemente, CI cuenta con buenas políticas, incluida la de tener que consultar a los habitantes de la zona, por lo que Survival International preguntó cómo se llevó a cabo dicha consulta a los bosquimanos de Ranyane durante el largo y costoso estudio que llevaron a cabo en Botsuana. A pesar de que el pueblo donde habitan está a cuatro horas en coche desde la ciudad más cercana, por un recorrido que no acarrea mayor dificultad, CI admitió que no había hecho intento alguno de realizar la consulta.
La conservación como producto de bienestar
Si este puñado de ejemplos sorprende a alguien es porque la industria de la conservación no ha reparado en gastos para posicionarse entre las marcas que más confianza generan en el planeta. Este dilatado ejercicio de relaciones públicas se ha traducido en distorsionar y esconder (en vez de confrontar honestamente) el pasado colonial, y de hecho racista, del conservacionismo. La conservación de la naturaleza se ha convertido en una mercancía que capta enormes sumas de dinero y gratifica a sus simpatizantes con una igualmente valiosa sensación de bienestar, y que ni de lejos es tan tajantemente apolítica como nos quieren hacer creer. Todo aquel que sugiere que la conservación quizá no sea tan sagrada como algunos afirman suele ser catalogado de blasfemo o apóstata.
Si el movimiento de la conservación de la naturaleza pretende tener alguna posibilidad de alcanzar los objetivos que se ha marcado, y que por mi parte ruego lo consiga, es crucial que se someta al escrutinio, sea cuestionado y desvelado: el conservacionismo mantiene una oposición ideológica entre la naturaleza y las personas que está dañando profundamente nuestra relación real con el medioambiente. Al hacerlo perjudica tanto a los individuos como a los entornos. La conservación destruye a quienes han cuidado de sus hábitats durante incontables generaciones: personas que han dado forma a lo que nosotros ahora, erróneamente, denominamos “naturaleza virgen”. A menudo esto tiene consecuencias diametralmente opuestas a los objetivos que persiguen.
Cuando expertos e investigadores ponen esto de manifiesto y critican a la industria de la conservación, la reacción más frecuente pasa por intentar silenciarlos. Por ejemplo, cuando el galardonado productor de cine alemán y periodista Wilfried Huismann llevó a cabo una investigación de dos años sobre WWF, su documental resultante, El silencio de los pandas, fue bloqueado inicialmente por medio de requerimientos judiciales. Su libro Pandaleaks sí está disponible, aunque no lo encontrarás en las distribuidoras habituales. El equipo legal de WWF actúa con rapidez.
Muchos críticos son medioambientalistas comprometidos. Ellos también quieren evitar que las regiones más bellas y biodiversas del planeta sean invadidas por la industrialización que tanto ha destruido y que ha reducido a tantísimas personas a la pobreza y la dependencia. El problema es, no solo, que la industria de la conservación no está logrando evitarlo, sino que podría estar trabajando en la dirección opuesta. Según Huismann, WWF hace la vista gorda ante la destrucción de inmensas zonas en el sudeste de Asia y de Sudamérica por los cultivos de biocombustibles, que requieren millones de litros de pesticidas y herbicidas.
Los mejores guardianes
Si los conglomerados de la conservación tienen voluntad real de empezar a evitar la creciente industrialización de esos ecosistemas vitales, con total seguridad, lo primero que tienen que hacer es sacar de sus juntas a grandes contaminantes como Monsanto o BP. La conservación debe detener la expulsión ilegal de pueblos indígenas de sus tierras ancestrales. Debe dejar de afirmar que las tierras indígenas son zonas vírgenes y prístinas cuando en realidad han sido gestionadas y conformadas por pueblos indígenas y tribales durante milenios. Debe parar de acusar a los pueblos indígenas y tribales de “furtivos” cuando cazan para alimentar a sus familias. Debe dejar de lado la hipocresía que propicia que los pueblos indígenas se enfrenten a arrestos y palizas, tortura y muerte, mientras quienes pagan por practicar la caza mayor son abiertamente bienvenidos.
El anuncio de WWF concluía: “ya es suficiente”; lo corroboro. Es la hora del cambio. Obviamente es demasiado tarde para los pueblos que ya han sido devastados por la conservación, pero esto sigue sucediendo hoy, y es ilegal, inmoral y no merece apoyo público. La conservación debe despertar y aceptar el hecho de que los pueblos indígenas y tribales cuidan del medioambiente mejor que nadie.
A pesar de los millones que diariamente recauda la industria de la conservación de la naturaleza, el medioambiente sigue afrontando una crisis profunda. Es hora de darse cuenta de que hay un camino mejor. Primero, los derechos de los pueblos indígenas y tribales deben reconocerse y respetarse, ¿acaso no son personas? Segundo, deben ser tratados como los mejores expertos en la defensa de sus propias tierras. Tercero, los conservacionistas deben darse cuenta de que aquí los socios menores son ellos, y no los pueblos indígenas y tribales.
Los verdaderos artífices de los parques nacionales mundiales no son los ideólogos ni los evangelistas del movimiento medioambiental, sino los pueblos indígenas que han dado forma a sus paisajes con el conocimiento y entendimiento acumulados durante incalculables generaciones.
© Survival International 2015
En un segundo artículo Stephen Corry reflexionará sobre cómo la ideología racista y colonial siempre ha dado forma a la conservación, desde sus orígenes en Yosemite hasta los tiempos actuales; cómo falla cuando se trata de comprender que los pueblos indígenas y tribales conforman las aparentestierras vírgenes que ellos defienden; y por qué las pruebas indican que los pueblos indígenas y tribales son realmente los mejores conservacionistas.