La diversidad humana determina la naturaleza, ¿de acuerdo?

Mujer bosquimana, CKGR, Botsuana 2004. © Survival International

¿Podrían algunas de las soluciones más discutidas para el caos climático tener el efecto contrario y empeorar las cosas? Algunas voces críticas creen que sí y no son “negacionistas” ni piensan que el cambio climático no sea real. Por Stephen Corry, septiembre de 2020.

 

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Mujer bosquimana, CKGR, Botsuana 2004. © Survival International

¿Podrían algunas de las soluciones más debatidas al caos climático tener el efecto contrario y empeorar las cosas? Algunas voces críticas creen que sí y no son “negacionistas” ni piensan que el cambio climático no sea real. El concepto “cero emisiones netas” de carbono, por ejemplo, podría de hecho ayudar a la industria a contaminar, porque una de las formas más comunes de abordarlo es a través de “compensaciones de carbono”. Eso significa que si una empresa es responsable de una tonelada de emisiones de dióxido de carbono, lo cual es malo, pero al mismo tiempo financia un proyecto que “captura” (o “secuestra”) una tonelada de carbono, lo cual es bueno, entonces las “emisiones netas” son equivalentes a cero, ya que una resta a la otra, o una “compensa” a la otra.

Si las cifras pudieran calcularse con precisión (algo imposible, y las compensaciones exageran constantemente la cantidad de gases de efecto invernadero que son absorbidos o reducidos), entonces la empresa podría contaminar tanto como quisiera porque estaría pagando a alguien para que hiciera la “anticontaminación” equivalente y limpiara sus residuos. Es como dejar un rastro de basura mientras caminas y pagar a alguien para que barra una calle en otro lugar, normalmente en el otro lado del mundo. La realidad es complicada, pero la llana verdad es que los planes fallan de forma rutinaria: el que barre puede simplemente fingir que limpia, o incluso intentarlo, pero ser incapaz de hacer frente al desastre.

Hoy en día, la única manera fiable que se conoce para “capturar” una cantidad significativa de carbono a un costo razonable es plantar árboles. Pero muchos proyectos de compensación cultivan árboles de crecimiento rápido como el eucalipto y la acacia para ganar dinero. Esto en realidad no reduce las emisiones de carbono, sino que las incrementan: provocan que haya que “despejar” vegetación existente y las nuevas plantaciones son más propensas a incendios, que arrojan grandes cantidades de contaminación. Muchos de estos cultivos necesitan décadas antes de empezar a absorber bastante carbono. Plantaciones igualmente dañinas como la palma aceitera o el caucho, que ocupan las tierras de personas y destruyen la biodiversidad, se hacen pasar por ecológicas porque la ONU también las define como “bosque”. Países como Madagascar e Indonesia afirman que están aumentando la cubierta forestal cuando en realidad están talando la vegetación existente para sembrar estas nuevas plantaciones. Afirmar que tal destrucción es buena para el medio ambiente sería cómico de no ser tan trágico.

Otro enfoque para compensar es conseguir que alguien acepte no cortar la madera que de otra manera sería talada. Se supone que esto evita futuras emisiones, aunque es importante señalar que en realidad no reduce el carbono existente en absoluto. Se conoce en la jerga como REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) y el signo “+” significa conservación de bosques existentes. Cientos de proyectos de este tipo han existido durante muchos años pero con resultados muy escasos. Uno de los problemas es que los compromisos de no talar los acuerdan quienes no tienen el poder, o quizá ni siquiera la intención, de detenerlo, y los árboles que no se talan un año pueden cortarse el siguiente. Tratar de vincular a las comunidades a contratos que duren generaciones es imposible.

En general, hay muchas razones por las que la compensación rara vez es lo que pretende ser, y los críticos se refieren a ella despectivamente como “pagar para contaminar”. Un estudio muestra que casi todos los proyectos de este tipo, un sorprendente 85%, simplemente fracasan. Sin embargo, a pesar de los problemas, la compensación sigue siendo una industria multimillonaria en la que mucha gente, más que una cantidad significativa de carbono atmosférico, lo que captura es mucho dinero.

Reducir el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, algo crucial para frenar el calentamiento global, difiere mucho de la supuesta reducción de emisiones “netas”: para parecerse requeriría medidas mucho más drásticas. Supondría reducir el consumo de energía, frenar el crecimiento industrial, disminuir la actividad militar (una de las mayores contaminantes y raramente mencionada por los activistas climáticos) e incluso utilizar menos Internet, que tanta energía consume. Por ejemplo, una sesión formativa de “inteligencia artificial” quema casi la misma energía que cinco automóviles durante toda su vida, e incluso los emails emiten millones de toneladas de carbono (el spam por sí solo consume casi lo mismo que toda la población de San Francisco volando a Nueva York cada dos semanas). Reducir de verdad las emisiones significaría cambiar la dirección general de una sociedad industrializada que ha buscado un “crecimiento” continuo, especialmente en la última generación. También supondría una erosión masiva del poder de la industria petrolera, tan enredada con los principales gobiernos del mundo y empeñada en asegurarse que los líderes hostiles a ella no ocupen altos cargos.

A pesar de las críticas al concepto de cero emisiones “netas”, sigue siendo el objetivo declarado de gran parte del activismo climático, quizás porque cero emisiones “reales” se considerada poco realista, y hay presión por hacer algo rápidamente. Los llamamientos para que los gobiernos simplemente “escuchen a los científicos” o “al público” en general, no sugiere soluciones concretas, probablemente de forma intencionada.

Cero emisiones “netas” vía compensaciones es el camino equivocado, pero ¿es posible que el entusiasmo actual por el “nuevo pacto verde” [green new deal] sea igual de malo? Trata en gran medida de creación de empleo con nuevas tecnologías supuestamente “verdes”, y combina la preocupación ambiental con la necesidad de aliviar el desempleo. La parte “verde” se centra principalmente en fuentes de energía alternativas y “limpias”, como la solar o eólica, las “renovables”, pero también hay un problema con ellas: la producción de baterías actualmente necesarias para para almacenar su energía consume aún más combustible fósil y provoca aún más daños ambientales. De nuevo, lo que garantizaría un cambio grande y rápido, una contracción de la industria, no forma parte de ningún “pacto” propuesto.

Una crítica importante es que el nuevo pacto verde está siendo animado por la industria como una forma de desviar más dinero a inversiones en el mercado de valores. Este aparente truco comienza con el colapso financiero de 2008, cuando los gobiernos desviaron enormes cantidades de dinero de la ciudadanía a entidades bancarias codiciosas e ineptas. La conmoción en los mercados bursátiles provocó un endurecimiento de la reglamentación financiera, haciendo que cada vez se bloqueara más dinero en vehículos financieros más seguros. Este dinero no pudo fluir tan fácilmente a las empresas vía inversión en acciones y participaciones. Y esto es malo para la élite porque en este momento una gran riqueza depende mucho de las participaciones en el mercado de valores y adquisiciones de las empresas (además de depender de garantizar impuestos mínimos y en simplemente retorcer o romper la ley; y es cierto, claro, que a los muy ricos les ha ido cada vez mejor a pesar de las nuevas normativas).

Aunque el término “nuevo pacto verde” fue acuñado antes, cobró protagonismo por primera vez en 2009, justo un año después del colapso financiero, cuando el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente [UNEP] elaboró un plan con el mismo nombre para una reunión de jefes de estado en Pittsburgh. Es importante señalar que el documento era muy claro sobre su objetivo principal de “revivir la economía mundial” en “respuesta a la crisis financiera”. También buscaba “acelerar la lucha contra el cambio climático”, pero eso era secundario.

Muchas empresas apoyan un nuevo pacto verde, y sus críticos señalan que las nuevas y muy necesarias reglamentaciones para proteger los ahorros y las pensiones de la gente común contra la especulación de alto riesgo podrían ahora debilitarse si se pudiera invocar una sensación de urgencia por un “bien mayor”, especialmente si se trata de una emergencia que amenaza la vida en la Tierra. En tiempos de guerra y otras crisis, los gobiernos pueden legitimar fácilmente la revocación de importantes salvaguardias. Esto resulta aún más fácil cuando grandes ONG de conservación, que se asocian con las industrias más contaminantes, ponen su peso y su dinero en la idea.

Aunque cueste entenderlo, esta realidad no está oculta. Como dice un escritor de Naciones Unidas: “Con las finanzas públicas bajo presión desde (y como resultado de) la crisis financiera de 2008, ha surgido un consenso en torno a la idea de que los recursos necesarios (para un nuevo pacto verde) sólo pueden provenir de gobiernos asociados a las instituciones financieras que ayudaron a salvar de esa crisis”. Al pensar en esta declaración es importante tener en cuenta que toda ayuda gubernamental a determinadas industrias sólo puede salir de los bolsillos de los contribuyentes.

En pocas palabras, si los occidentales piensan que el mundo pronto será destruido a menos que su dinero se destine a tecnologías y planes supuestamente “verdes” como las compensaciones de carbono, entonces no se opondrán cuando su dinero, ahora bloqueado en activos más seguros y fondos de pensiones, se destine a esas cosas. A los activistas climáticos que desconocen los laberintos deliberadamente opacos del gran capital puede parecerles bien, pero si los planes al final no son tan verdes, o si las cosas empeoran, entonces hay un problema evidente.

La única forma segura de reducir los gases de efecto invernadero debe empezar por la reducción de la producción industrial y el consumo, especialmente de los que más consumen. El desequilibrio es asombroso: el 10% más rico del mundo es responsable de la mitad de todas las emisiones nocivas, mientras que la mitad más pobre produce sólo el 10%. ¡El caos climático lo están provocando las mismas personas que ahora tratan de sacar más beneficios del activismo climático!

La contracción de la industria sería buena para el clima, pero empobrecería a mucha gente y (en una desagradable paradoja para los progresistas) ello incluiría a algunos que ya están empobrecidos. Este círculo vicioso existe porque las sociedades industrializadas se han centrado durante mucho tiempo en despojar a todo pueblo coetáneo de su autosuficiencia o la de sus antepasados. Lo hacen apropiándose de las áreas comunes, robando territorios, obligando a esas poblaciones ahora sin tierra a trabajar para la industria o para la agricultura extensiva. Es así como tuvo lugar la revolución industrial y ahora sigue desarrollándose.

Puede que el eje corporativo-gubernamental quiera de verdad reducir el caos climático, ¿por qué no?, pero no está dispuesto a reducir el consumo; muy al contrario, está desesperado por crecer. Quiere seguir con el “business as usual” (negocios como siempre)  y parecer lo más verde posible con maniobras publicitarias para sofocar las críticas. Intenta imponer un modelo válido para todos a pesar de ser destructivo, visiblemente fallido y ahora amenaza toda la vida. Necesitamos un vigoroso impulso para recuperar la tierra de la ideología enloquecida del crecimiento perpetuo que trae tanta contaminación letal y sufrimiento.

Para lograr un cambio significativo en este dilema, el primer paso debe ser dejar de destruir a aquellos que ahora producen poca o ninguna contaminación y que viven en gran medida de forma autosuficiente, cazando, pastoreando o cultivando sus propios alimentos. No sólo pueblos tribales e indígenas, también muchos agricultores locales. Debemos impedir que los gobiernos y las industrias se apropien de sus tierras y los fuercen a integrarse al sistema disfuncional. Debemos darle la vuelta a esta situación fomentando activamente sus formas de vida y escuchando las lecciones que han aprendido de la Tierra durante miles de años, lecciones que les han permitido sobrevivir y prosperar, pero que son suprimidas deliberadamente por la industrialización. Estos pueblos, en gran parte autosuficientes, siguen siendo los más adaptables del planeta, y deben estar en el centro del cambio que nos permitirá a todos seguir viviendo en él.

Esto no es la reivindicación de un pasado romántico e ilusorio, es un reconocimiento de que la humanidad ha evolucionado y sobrevivido, hasta ahora, gracias a nuestra ágil adaptabilidad. Hemos creado una vasta y preciosa diversidad humana que simplemente no puede ser reproducida en unas pocas generaciones: una vez que se ha ido, se ha ido. Si las claves de nuestra supervivencia están en algún lugar, aquí es donde debemos empezar a buscarlas.

Pero incluso esta idea ha empezado a ser utilizada como gancho publicitario, mientras los “pueblos indígenas” aparecen en último lugar en el pensamiento de los ecologistas. Las grandes ONG conservacionistas han empezado a destacar el papel positivo de los pueblos indígenas en sus brillantes informes mientras siguen robando sus tierras y destruyéndolos sobre terreno. Demasiado de lo que se considera “conservación de la naturaleza” continúa enraizado en sus orígenes unívocamente racistas y elitistas. Muchos dentro de la industria aseguran que llevan mucho tiempo enterrados, pero emergen cuando la máscara aparentemente progresista, construida por una vasta y autocomplaciente maquinaria propagandística, se desliza a un lado. En muchas partes del mundo, particularmente en África, el racismo siempre ha sido evidente.

Necesitamos un verdadero clamor por un cambio en el equilibrio de poder, para dar voz controladora a los pueblos indígenas y quitársela a las elites urbanas y a las corporaciones, medios de comunicación y ONG que están dirigidas por ellos. El activismo climático debe darse cuenta de que está en gran parte dirigido y diseñado por el mismo tipo de personas, y ahí radica su propia trampa. Si quiere tener éxito, debe cambiar rápidamente para abrazar la diversidad humana real, no la simbólica.

Tal y como se reconoce, cada vez más, que los diferentes géneros pueden tener diferentes perspectivas y que el mundo no debería estar dirigido sólo por hombres blancos (¡como yo!), una verdadera diversidad humana debe tener una voz determinante en la forma de salvar el planeta. Lograrlo requerirá humildad y adaptabilidad. Después de todo, las estructuras de poder existentes están diseñadas más que nunca para suprimir la diversidad en vez de ampliarla, y el acceso a los cenáculos del poder es muy estrecho y restringido cultural y económicamente. Tan solo a lo largo de mi vida nuestra disposición a aprender de la verdadera diversidad cultural ha menguado como nunca.

Necesitamos una apertura genuina al cambio, a trabajar de una manera diferente. Es cierto que es un gran cambio, pero no es más complejo que muchas alianzas culturales hechas por diferentes pueblos a lo largo de la historia. A pesar de todo el conflicto y la opresión, las diferentes religiones, “razas”, nacionalidades e idiomas a menudo han convivido y trabajado juntas para el beneficio mutuo. Sin duda, esto fue más evidente antes del imperialismo europeo, la aparición de los estados-nación y la eugenesia; se vio cómo las ideologías (y las teologías) sobre la conformidad infligían tanto sufrimiento y destrucción en todo el mundo.

Tal y como los activistas se ven obligados a reconocer poco a poco, el caos climático se origina en los mercados de valores de Nueva York, Tokio y Londres, pero sus líneas de frente no se encuentran en los distritos financieros: se encuentran muy lejos, en África, la Amazonia y el Pacífico. Su verdadero campo de batalla es la lucha desesperada entre las personas que luchan por su supervivencia y el complejo binomio gobierno-industria que busca aún más dinero y poder. El resultado de esta batalla no podría ser más importante, pero los enormes pasos que se están dando ahora para popularizar el problema, aunque sin saberlo, podrían alejarnos de las soluciones reales. Debemos llevar la diversidad humana al centro del activismo climático porque aquellos que viven de manera más diferente a “nosotros” son los que tienen algunas de las mejores respuestas sobre cómo continuar viviendo.

 

Por Stephen Corry, exdirector de Survival International. Septiembre de 2020.

 

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