Día del Padre
“Esta es la tierra del padre del padre de mi padre”, dijo un bosquimano acerca de su hogar en Botsuana. Y sin embargo, este vínculo ancestral con un lugar no significa nada para los foráneos cuando hay minerales que extraer y árboles que talar.
Karapiru, un padre awá, sonríe a la cámara en su hogar en el estado de Maranhão, en Brasil.
Su expresión desafía el trauma que ha sufrido a manos de los invasores de sus tierras ancestrales. Tras ser testigo de cómo los karais, o “no indígenas”, masacraban a gran parte de su familia, Karapiru se internó en la selva, donde permaneció en soledad, siempre huyendo, durante diez largos años.
Cuando finalmente salió de la selva, los funcionarios del Gobierno enviaron a un joven para que hablara con él. Una palabra transformó al instante la vida de Karapiru: “¡Padre!”, dijo el joven traductor. Se trataba del hijo de Karapiru, que milagrosamente había sobrevivido al brutal ataque.
Karapiru ha regresado a una comunidad awá, pero los problemas de su pueblo están muy lejos de solucionarse. Sus selvas están desapareciendo más rápido que en ningún otro territorio indígena de la Amazonia brasileña.
© Survival International
Un padre y un hijo yanomamis en una hamaca hecha con fibras del árbol de la banana.
Desde que tienen cinco años los niños yanomamis acompañan a sus padres en sus partidas de caza. Aprenden a escalar árboles atándose los pies con lianas y practican la caza de pequeñas aves con arcos y flechas.
“A veces los cazadores me llamaban al amanecer, cuando se iban a la selva”, rememora Davi Kopenawa, un portavoz del pueblo indígena yanomami. “Me iba con ellos y cuando mataban pequeños animales me los daban a mí”.
“Así es como crecí yo en la selva”.
© Victor Englebert/Survival
Un hombre mursi posa junto a sus vacas junto a un humeante fuego en el valle del bajo Omo, en Etiopía. El ganado es la posesión más preciada de los indígenas mursis.
Los pueblos agro-pastoralistas han vivido junto a su ganado en las riberas del río Omo durante varios miles de años. En la actualidad, sin embargo, la tierra ancestral de los mursis y de otras tribus está amenazada por la construcción de Gibe III, una gigantesca presa hidroeléctrica, y por el arrendamiento de enormes extensiones de tierra tribal a empresas e individuos extranjeros para el cultivo y la exportación de biocombustibles, algodón y comida. La presa bloqueará la parte sur del río, lo que acabará con el ciclo natural de inundaciones del Omo y pondrá en peligro los métodos de cultivo de los indígenas, que se basan en la retirada de las aguas.
“Cuando teníamos mucha agua en el Omo éramos muy felices”, dice un hombre mursi.
“Ahora el agua se ha ido y todos tenemos hambre. Por favor, digan al Gobierno que nos devuelva el agua”.
© Kate Eshelby/Survival
Un padre guaraní lleva a su familia a través de una plantación de caña de azúcar que antaño fue su hogar en el bosque.
Para el pueblo indígena guaraní de Brasil, la tierra es el origen de toda vida. Llegaron a ocupar una extensión de bosque y llanuras que alcanzaba 350.000 kilómetros cuadrados, pero las violentas invasiones de los ganaderos han devastado su territorio. Ahora ya les han usurpado la práctica totalidad de su tierra.
En la actualidad se hacinan en pequeñas parcelas rodeadas de haciendas de ganado y vastos campos de soja y caña de azúcar. Algunos no tienen tierra alguna y se ven obligados a vivir en chabolas improvisadas en las cunetas de carreteras muy transitadas.
“Laranjeira Ñanderú era la tierra de mi padre, la tierra de mi abuelo, la tierra de mi bisabuelo”, le contó a Survival un hombre guaraní. “Necesitamos volver allí para poder vivir en paz. Es nuestro único sueño”.
© João Ripper/Survival
Padre e hijo, Mongemba e Indongo, del pueblo indígena “pigmeo” baka.
Entre los bakas, que viven en la República del Congo y en la República Centroafricana, los padres se pasan aproximadamente la mitad del día con sus bebés. Incluso les ofrecen el pezón para que lo chupen si el niño está llorando y su madre, u otra mujer, no está disponible.
“No es raro despertarse en medio de la noche y escuchar a un padre cantando a su hijo”, explica el profesor Barry Hewlett, un antropólogo estadounidense que vivió con los bakas durante años.
Durante décadas los pigmeos han sido víctimas de la usurpación de sus tierras en nombre del conservacionismo, y también han sufrido las consecuencias de la minería, la tala y el desarrollo de la palma de aceite.
En la actualidad hay planes de extraer mineral de hierro en la región de Tridom, en la cuenca del Congo. Para ello se construirán ferrocarriles y llegarán oleadas de trabajadores, lo que destruirá aún más los medios de vida de miles de “pigmeos” bakas y bakolas.
© Jerome Lewis
Kolu, de la tribu dongria kondh, en las laderas boscosas de las colinas de Niyamgiri, en el sur de Odisha, la India.
Los dongria kondhs se denominan a sí mismos jharnias, o “protectores de los arroyos”, ya que llevan mucho tiempo siendo los guardianes de las montañas y de los ríos dadores de vida que surgen entre los frondosos bosques de Odisha.
Los dongria kondhs están luchando contra el gigante minero Vedanta Resources, que planea construir una mina a cielo abierto en su tierra. La mina afectaría a la montaña sagrada de la tribu, y con ella a su modo de vida y a su identidad como pueblo.
“No queremos marcharnos. Nuestros antepasados vivieron aquí durante generaciones. No puedo decir qué pasará cuando yo muera, pero mientras viva, Vedanta no entrará en esta comunidad”, afirmó un padre dongria kondh a Survival.
© Jason Taylor/Survival
A los indígenas huaoranis de la Amazonia ecuatoriana se los conoce como “los padres del jaguar”, ya que sus chamanes reciben ayuda de sus “hijos” jaguares adoptados, que garantizan que las presas de caza de la selva estén cerca de los humanos. El jaguar se le aparece al chamán en sus sueños y le revela que quiere adoptarlo como su padre.
Aunque la mayoría de los huaoranis viven en la actualidad en comunidades sedentarias, otros grupos se mantienen aislados en el Parque Nacional del Yasuní y sus cercanías.
“Sentimos que estamos desapareciendo”, dijo a Survival el portavoz huaorani Ehenguime Enqueri. “Durante siglos los huaoranis han defendido sus territorios, pero ahora las mayores amenazas son la exploración petrolífera, los madereros y los mineros. ¿Qué les ocurrirá a nuestros hijos cuando crezcan? ¿Dónde van a vivir?”
Los huaoranis fueron contactados por primera vez en la década de los cincuenta por misioneros estadounidenses. El padre de Enqueri fue uno de los primeros miembros de la tribu en encontrarse con los misioneros.
© John Wright/Survival
Un abuelo bosquimano.
Los bosquimanos actuales están genéticamente más cerca que nadie de nuestros ancestros, y sin embargo son uno de los pueblos más acosados de la historia del sur de África. Entre 1997 y 2002 muchos bosquimanos fueron expulsados de sus hogares en la Reserva de Caza del Kalahari Central y trasladados a campos de reasentamiento fuera de la reserva.
Los bosquimanos llevaron al Gobierno de Botsuana a los tribunales. En 2006, tras una campaña internacional de Survival, y en una histórica victoria judicial para los pueblos indígenas y tribales de todo el mundo, su derecho a regresar a casa les fue reconocido.
© Dominick Tyler
Las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, forman la cordillera costera más alta del mundo; los picos nevados que se erigen sobre las laderas cubiertas de nubes son sagrados para el pueblo indígena arhuaco.
Los arhuacos han vivido allí durante siglos. Se llaman a sí mismos los “Hermanos Mayores” y creen que tienen una sabiduría y conocimiento místicos que superan al de otros pueblos.
Los mamos son los líderes espirituales de los arhuacos, y tienen la responsabilidad de mantener el orden natural del mundo. El entrenamiento para convertirse en mamo comienza a una temprana edad y continúa durante aproximadamente 18 años: el joven es conducido a lo alto de las montañas, donde se le enseña a meditar acerca del mundo natural y de los espíritus.
“Lo que hago es interactuar con la Naturaleza, y por eso me dedico al estudio de la sabiduría ancestral”, explica el mamo Zäreymakú. “Mi padre solía dedicarse a lo mismo: a preservar el equilibrio en la Naturaleza, a conversar con ella. Yo, como mamo, represento a todos los seres vivos”.
© Survival International
Salomon Dunu Uaqui Moconoqui, un abuelo y experto en plantas medicinales matsés, fue uno de los primeros miembros de su tribu en ser contactado por misioneros estadounidenses en 1969. Lleva un collar hecho con dientes de animales y blande una lanza fabricada con madera de pijuayo, un tipo de palmera.
Los matsés, conocidos como “el pueblo jaguar” de Perú y Brasil, están divididos entre los tsasibos y los macubos, términos que se refieren a cómo se relacionan con el resto de humanos, los espíritus y los animales. Desde el momento de la concepción, el grupo del bebé matsés viene determinado por el de su padre.
En la actualidad los matsés corren el riesgo de perder sus tierras por culpa de la empresa petrolera canadiense Pacific Rubiales, que planea abrir cientos de kilómetros de líneas sísmicas a través de su hogar en la selva, y excavar pozos de exploración.
“Nuestros antepasados siempre nos dijeron que los foráneos inician los conflictos", contó a Survival Marcos, un hombre matsés. “Como durante la fiebre del caucho, van a venir de nuevo para causar conflictos entre nosotros. Como pueblo indígena necesitamos espacio para nuestros hogares y espacio en el que cazar. Quiero enfrentarme a la empresa petrolera, tal y como nuestros padres nos han preparado para hacer”.
Survival International está liderando una campaña mundial para garantizar que las tierras de los matsés no son devastadas por Pacific Rubiales, y que su supervivencia como pueblo queda asegurada.
© Survival International
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