Heroínas indígenas
Survival International destaca a inspiradoras mujeres indígenas de todo el mundo que están luchando por sus derechos humanos fundamentales.
Las mujeres indígenas conocen desde hace décadas el desplazamiento brutal, el terror, el asesinato y la violación a manos de invasores. Han sufrido la humillación de gobiernos que perpetúan la idea de que de alguna manera son “atrasadas” o “de la Edad de Piedra”.
Han visto cómo les arrebataban sus tierras, cómo aniquilaban su autoestima y cómo sus futuros se volvían inciertos.
Y a pesar de su sufrimiento, la resistencia de muchas mujeres indígenas está creciendo. La galería fotográfica de Survival International para celebrar el Día Internacional de la Mujer, que cuenta con el apoyo de dos de las embajadoras de Survival, la actriz Gillian Anderson y la diseñadora de joyas Pippa Small, refleja no solo las principales tragedias que han tenido que soportar las mujeres indígenas, sino que también retrata a algunas de las valientes e inspiradoras mujeres que están luchando por recuperar sus tierras y por sus derechos humanos fundamentales.
© Mark Hakansson/Survival
Ser una mujer dongria kondh de las colinas de Niyamgiri en el estado de Odisha, en la India, es estar íntimamente conectada con tu tierra. Llevan milenios viviendo prósperamente en las frondosas colinas boscosas, con sus arroyos perennes y los gigantescos árboles de yaca. Se llaman a sí mismas jharnia, que significa “protectoras de los arroyos”.
Durante los últimos diez años las mujeres dongria kondhs han trabajado codo con codo con los hombres drongrias para proteger a Niyamgiri de los devastadores planes de Vedanta Resources para construir una mina de bauxita a cielo abierto en su montaña más sagrada, Niyam Dongar, la “montaña de la ley”. Una de sus acciones fue formar una cadena humana alrededor de la base de la montaña para evitar que las excavadoras de Vedanta la destruyeran.
En agosto de 2013, los dongria kondhs rechazaron por mayoría absoluta la apertura de una mina a cielo abierto de bauxita, del gigante minero británico Vedanta Resources, en su montaña sagrada. Esto supone un triunfo sin precedentes para los derechos indígenas. Muchos de los dongrias más representativos, aquellos que han protestado públicamente y han viajado 1.600 km hasta Delhi, exigen que la policía libere a los líderes que permanecen detenidos, entre los que también hay mujeres.
El resultado de las consultas está siendo valorado ahora por el ministerio de Medio Ambiente y Bosques, sobre el que recae la decisión final relativa a la mina. ¡Pocos piensan que esta vaya a recibir luz verde finalmente!
Las mujeres dongrias están más desafiantes que nunca. “No entregaremos a nadie nuestros bosques”, dice una de ellas. “Todas las mujeres están dispuestas a ir a la cárcel por esto. E incluso si amenazas con matarnos, seguiremos viviendo aquí pacíficamente”.
“No me iré de mi Niyam Raja hasta que me muera”.
Survival International ha lanzado recientemente la campaña Orgullosos, no primitivos para desafiar el hecho de que los pueblos indígenas de la India sean vistos como “primitivos”.
© Jason Taylor
Cuando los misioneros católicos llegaron a las orillas de la península de labrador-Quebec, en el noreste de Canadá, muchos quedaron horrorizados por el nivel de independencia y poder de las mujeres innus. El programa de actividad misionera hasta mediados del siglo XX insistía mucho en cambiar los roles de género para que se ajustaran al patrón europeo.
Hasta hace poco, en Europa se consideraba a las mujeres como inferiores a los hombres, se les negaban oportunidades para tener éxito social y su función era complementar y apoyar a sus maridos. Sin embargo, las mujeres innus de la misma época eran mucho más libres dentro y fuera del matrimonio, y con frecuencia decidían dónde y cuándo acampar en sus largos viajes por las extensiones subárticas de su tierra natal, Nitassinan.
“Esta independencia escandalizaba a los misioneros jesuitas, que trataron una y otra vez de imponer los estándares europeos para convertir a las mujeres innus en sumisas a sus maridos, pero solo tuvieron éxito después de que el Gobierno canadiense forzara a los innus a abandonar su modo de vida migratorio y a vivir en comunidades sedentarias”, explica el profesor Colin Samson, que lleva décadas trabajando con el pueblo innu.
Aun así, en los últimos años las mujeres innus han liderado la resistencia contra los vuelos militares a baja altura sobre sus tierras, que ahuyentan a los animales que son su alimento, y que tienen un impacto negativo sobre su salud física y mental.
También han tenido un papel destacado en la oposición a las industrias extractivas en las tierras innus, y son parte activa de los esfuerzos que el pueblo innu está haciendo para mantener su modo de vida.
© Dominick Tyler
Elizabeth “Tshaukuesh” Penashue es una mujer innu de 84 años de Sheshatshiu, en Labrador.
Durante muchos años, cada primavera, ha liderado un recorrido a pie por las montañas Mealy con el objetivo de que los jóvenes innus reconecten con las tierras en las que han vivido durante casi 8.000 años.
“No quiero ver que mis hijos lo pierden todo. No quiero que pierdan su identidad innu, su cultura y su vida. Antes de marcharme tengo que enseñar a los niños. Si nadie enseña a nuestros hijos, ¿qué pensarán cuando crezcan? ¿Pensarán ‘no soy innu, soy un blanco’?”
“Es importante saber quién eres. Yo soy innu. Esta tierra es mi vida. Estoy orgullosa de haber nacido en una tienda de campaña. Sin enfermera, sin médico. Mi padre ayudó a mi madre a dar a luz”.
“Cuando camino por estas tierras, siento que voy a casa, a un lugar que me pertenece. El lugar innu”.
© Elizabeth Penashue
Entre las aguas sulfurosas del lago Eyasi, en Tanzania, y las rampas del Gran Valle del Rift viven los hadzas, una pequeña tribu de aproximadamente 1.300 cazadores-recolectores: una de las últimas en África.
Es probable que los hadzas hayan vivido en la región de Yaeda Chini durante milenios. Genéticamente son uno de los linajes más “antiguos” de la humanidad. Sin embargo, durante los últimos 50 años la tribu ha perdido el 90% de su tierra.
Los hadzas valoran enormemente la igualdad, y no reconocen líderes oficiales. Por ello, las mujeres hadzas tienen un alto grado de autonomía y participan en la toma de decisiones en igualdad de condiciones con los hombres.
© Joanna Eede/Survival
Las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, forman la cordillera costera más alta del mundo. Los picos nevados que se elevan por encima de las boscosas laderas, siempre cubiertas de nubes, y los ríos que nacen del deshielo de las cumbres son sagrados para el pueblo indígena arhuaco.
Los arhuacos han vivido aquí desde hace miles de años. Para ellos, la Sierra Nevada es el corazón del mundo; se denominan a sí mismos los “Hermanos Mayores” y creen que tienen una sabiduría y comprensión místicos superiores a los de otros pueblos.
Leonor Zalabata, una líder arhuaco que ha trabajado sin descanso en la defensa de los arhuacos y de los derechos de los 102 pueblos indígenas de Colombia, se reunió por primera vez con Survival International durante los años 90, cuando los insurgentes de la guerrilla de izquierdas establecieron su campamento en la tierra de los arhuacos y los sometieron a un periodo de brutal violencia. Muchos líderes arhuacos fueron asesinados.
A pesar del peligro constante, Leonor ha dedicado su vida a denunciar los abusos contra los indígenas de Colombia. Ha trabajado con el Grupo de Trabajo para los Pueblos Indígenas de Naciones Unidas y con el Foro Permanente para Cuestiones Indígenas de la ONU.
“La Sierra Nevada de Santa Marta… es el corazón del mundo”, dice. “Aquí es donde nuestros espíritus descansan y permanecen”.
“Cuando una niña nace, en nuestra cultura decimos que la montaña ríe y los pájaros lloran”.
© Survival
“Soy la viuda de Ángel María Torres”, comenzó Dilia Torres cuando saludó a la investigadora de Survival International que había caminado por las montañas hasta llegar a su hogar en la comunidad arhuaco.
En noviembre de 1990, el marido de Dilia, Ángel María Torres, y otros dos líderes arhuacos dejaron su hogar en la Sierra Nevada de Santa Marta para viajar a la capital de Colombia, Bogotá.
Nunca regresaron. Dilia, una mujer amable y sonriente, narró su historia con calma.
“Pasaron diez días hasta que recibimos las noticias de que mi marido nunca había llegado a su destino. Ángel y los otros hombres habían sido secuestrados, torturados y asesinados. Cuando encontraron a mi marido, no tenía dedos y no le quedaba pelo”.
“He perdido toda esperanza de una vida con mi compañero y mi familia. Y creo que los pueblos indígenas seguirán siendo un objetivo sin justicia alguna”.
“Así son las cosas ahora. Tenemos que aprender a vivir en silencio, y con miedo constante. Pero somos arhuacos. Así que deberían tratarnos como arhuacos”.
© Survival
Una mujer nénets junto a su chum (tipi) en la península de Yamal, en Siberia. Su tierra ancestral es un remoto lugar cubierto de permafrost y siempre azotado por el viento, con ríos serpenteantes y arbustos enanos; el pueblo nénets, que vive del pastoreo de renos, ha migrado a través de esas extensiones durante más de mil años.
Durante el invierno, las mujeres soportan temperaturas que bajan hasta los 50 grados bajo cero. Es entonces cuando la mayoría de los nénets hacen pastar a los renos en los pastos de musgo y líquenes de los bosques meridionales, o taigá. En los meses de verano, cuando el sol de medianoche convierte a la noche en día, las mujeres levantan el campamento y migran hacia el norte con sus familias.
En la actualidad, su modo de vida se ve seriamente afectado por la exploración petrolífera y el cambio climático. Sus rutas migratorias sufren por las infraestructuras asociadas a la extracción de recursos naturales; los renos tienen dificultades para cruzar las carreteras, y los nénets han informado de que la contaminación amenaza la calidad de los pastos.
“El reno es nuestro hogar, nuestro alimento, nuestro calor y nuestro medio de transporte”, explica una mujer nénets.
Desde que Bangladesh se independizó de Pakistan en 1971, los indígenas jummas de las Chittagong Hill Tracts, en la montañosa región sureste del país, han soportado algunas de las peores violaciones de derechos humanos en Asia.
Amables, compasivos y tolerantes con otras religiones, los jummas son étnica y lingüísticamente distintos de la mayoría bengalí.
En la actualidad, también son uno de los pueblos tribales más perseguidos. Los colonos casi los superan en número y sufren brutalmente a manos del ejército. En un solo acto genocida, cientos de hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos en sus casas de bambú.
La brutalidad sexual contra las mujeres y niñas jummas también es alarmantemente alta: desde agosto de 2012, al menos 12 mujeres y niñas jummas han sido víctimas de violencia sexual, aunque el número podría ser mayor, ya que con frecuencia no se denuncian las violaciones debido al estigma social que acarrean.
“Se ha hecho poco para perseguir a los culpables de estos crímenes”, explica Sophie Grig de Survival International. “Esto deja a las mujeres y niñas jummas cada vez más vulnerables, ya que sus agresores actúan con impunidad”.
© GMB Akash/Survival
El estado brasileño de Rondonia es una potencia ganadera y agrícola que está alimentando el crecimiento económico del país.
En medio de los interminables campos amarillos de soja y las haciendas de ganado hay un pequeño reducto de selva. Es todo lo que queda de lo que antaño fuera densa y exuberante selva amazónica.
También es el último refugio de los akuntsus, una vez una próspera tribu amazónica. La mayoría de este pueblo fue masacrado por pistoleros a sueldo de los ganaderos invasores.
Hoy solo quedan cinco akuntsus. Tres de ellos son mujeres. Perdieron a su matriarca, una mujer llamada Ururú, en octubre de 2008.
“En unas pocas décadas, un pueblo entero, con su propia visión del mundo, habrá desaparecido”, lamenta Fiona Watson de Survival International, que ha visitado a los akuntsus.
“La humanidad será más pobre cuando otra pieza más de nuestra rica diversidad desaparezca para siempre”.
© Fiona Watson/Survival
Los bosquimanos son el pueblo originario del sur de África. Son los únicos que pueden asegurar ser “los más indígenas” de todo el mundo, puesto que han vivido en sus tierras durante más tiempo del que ningún otro pueblo ha vivido en ninguna otra parte.
En los años 80 se descubrió que la Reserva de Caza del Kalahari Central (CKGR por sus siglas en inglés) se encuentra en medio de uno de los yacimientos de diamantes más ricos del planeta.
Entre 1997 y 2002 casi todos los bosquimanos fueron expulsados de sus hogares en la CKGR y conducidos a campos de reasentamiento fuera de la reserva, donde no solo se les negaron sus medios de vida, sino que son humillados por actitudes racistas endémicas. “¿Cómo puede una criatura de la Edad de Piedra seguir viviendo en la era de los ordenadores?”, se preguntó el ex presidente de Botsuana, Festus Mogae.
Algunas mujeres bosquimanas y sus familias han regresado a la reserva, pero la intimidación y el acoso continúan. En enero de 2013 salieron a la luz informaciones de que algunos niños habían sido arrestados por encontrarse en posesión de carne de antílope.
“Que nos llamen primitivos. Que nos llamen gente de la Edad de Piedra. Nuestro modo de vida nos viene bien. Hemos visto el desarrollo, y no nos gusta”, dijo una mujer bosquimana.
© Survival International
Xlarema Phuti, una curadora bosquimana, fue expulsada a la fuerza de Molapo, su hogar ancestral en la Reserva de Caza del Kalahari Central, por el Gobierno, y trasladada a Nuevo Xade, un campo de reasentamiento gubernamental conocido como el “lugar de la muerte”. Aquí, los bosquimanos son dependientes de las ayudas oficiales, la caza está prohibida y la depresión, el alcoholismo y el VIH están muy extendidos.
Xlarema habló con Survival International sobre los poderes curativos de la tradicional danza del trance de los bosquimanos, y sobre la tristeza que ha experimentado desde que los bosquimanos fueron expulsados de sus tierras.
“Cuando estoy bailando en la danza del trance, hablo con los ancestros para que me ayuden a curar al enfermo”.
“Aún era joven cuando me hice sanadora. Soñé y con la danza empecé a curar. Cuando empecé a bailar podía sentir a una persona por su sangre y su olor”.
“Era capaz de curar bien en Molapo porque allí había muchos ancestros con los que podía hablar. Los ancestros me hablan a través de mi sangre. Pero no hay tantos ancestros en Nuevo Xade, por lo que mis poderes curativos son más débiles. Y algunas enfermedades son muy difíciles de curar, como el VIH-SIDA”.
“Nunca antes habíamos conocido esta enfermedad”.
© Dominick Tyler
Boa Senior, de las islas Andamán en el océano Índico, era la última hablante de la lengua bo. Se piensa que los antepasados de Boa Senior y de otros pueblos indígenas de las islas Andamán, como los jarawas, fueron parte de las primeras migraciones humanas exitosas fuera de África.
Boa Senior murió en 2010. Cerca de 55.000 años de pensamientos e ideas, la historia colectiva de todo un pueblo, murieron con ella.
“No me entienden. ¿Qué puedo hacer?”, se preguntaba Boa Senior antes de morir. “Si no hablan conmigo ahora, ¿qué harán una vez me haya muerto? No olviden nuestra lengua, aférrense a ella”.
Los jarawas se enfrentan a un destino similar al de Boa Senior a no ser que una carretera que atraviesa su tierra sea cerrada permanentemente y los colonos, furtivos, madereros y turistas no puedan acceder a ella. Antes de que el Tribunal Supremo de la India aprobara una orden provisional en enero de 2013 que prohibía que los turistas usaran la Andaman Trunk Road, cientos de turistas viajaban por la carretera cada día con la esperanza de ver a los jarawas aislados.
Survival lleva haciendo campaña desde 1993 para conseguir que se cierre la carretera y que se desarrolle una política de mínima intervención. En un duro golpe a la campaña, sin embargo, el Supremo revocó la orden en marzo de 2013, lo que abre de nuevo la puerta a que comiencen de nuevo los explotadores “safaris humanos”.
© Alok Das
Soni Sori es una profesora adivasi (tribal) y madre de tres niños pequeños en el estado de Chhattisgargh, en la India.
Soni ha sido abiertamente crítica con el Gobierno indio, los maoístas y las empresas del acero como Essar Group. Fue violada y torturada mientras se encontraba bajo custodia policial tras haber sido acusada de actuar como correo entre los maoístas y Essar Group.
Soni lleva en prisión 17 meses, con pocas esperanzas de ser liberada bajo fianza, acusada de un crimen para el que hay pocas pruebas. “Dándome descargas eléctricas, desnudándome, metiéndome piedras en el cuerpo, ¿van a resolver el problema naxal (maoísta)?”, escribió Soni en una carta al presidente del Tribunal Supremo.
La doctora Jo Woodman de Survival International ha declarado: “Soni Sori ha sufrido abusos horrendos a manos de la policía y sigue bajo su custodia. ¿Pero cuál es la cuestión aquí? El estado de Chhattisgarh está desesperado por silenciar a aquellos que hablan públicamente, mientras que las atrocidades continúan en la guerra oculta del corazón de la India. Entre tanto, el sufrimiento de los adivasis del centro del país continúa, y la justicia parece un sueño distante”.
“Quiero volver y ayudar a mi pueblo”, dijo Soni Sori. “Quiero utilizar mi educación para empoderarlos. Si no aprendemos a hablar por nosotros mismos, los pueblos tribales seremos erradicados”.
Muchas mujeres en las sociedades industrializadas hacen campaña por la igualdad de derechos con respecto a los hombres.
Para las mujeres awás, un pueblo indígena cazador-recolector de la Amazonia brasileña, y la tribu más amenazada de la Tierra, la igualdad con los hombres es algo normal. Algunas mujeres awás incluso tienen varios maridos, una práctica conocida como poliandria.
Los awás son uno de los dos últimos pueblos cazadores-recolectores de Brasil. Durante siglos su modo de vida ha sido una pacífica simbiosis con la selva; tienen una conexión tal con su entorno que las mujeres awás incluso cuidan de crías de mono que han quedado huérfanas dándoles de mamar.
En las últimas cuatro décadas, sin embargo, las mujeres awás han sido testigos de la destrucción de su tierra ancestral y del asesinato de su gente a manos de los karaí o “no indígenas”.
© Domenico Pugliese/Survival
Pequeña Mariposa, una niña awá, vive en una comunidad a media hora a pie de la frontera, donde los colonos queman la selva de los awás noche y día.
El futuro de Pequeña Mariposa es, en el mejor de los casos, precario, a no ser que se protejan sus tierras y se respeten sus derechos.
Incluso en el siglo XXI existe el mito de que las mujeres indígenas y sus comunidades son pueblos arcaicos condenados a extinguirse de forma natural. Pero lo que está anticuado es este concepto. Los pueblos indígenas no están “atrasados” ni son “primitivos”. La mayoría de las perspectivas tribales son tan modernas como atemporales; son sociedades complejas y en evolución que florecen cuando se les permite permanecer en sus tierras y vivir como desean.
Sin embargo, con demasiada frecuencia las sociedades industrializadas someten a los pueblos indígenas y tribales a una violencia genocida, a la esclavitud y al racismo para poder robarles sus tierras, recursos y mano de obra en nombre del “progreso” y la “civilización”.
En el Día Internacional de la Mujer, por favor, apoya a Survival International y ayúdanos a proteger a las mujeres indígenas, sus vidas, tierras y derechos humanos.
© Survival International
“No se interpongan en nuestro camino. Tenemos nuestro propio discurso”.
Mujer bosquimana, Botsuana.
© Katherine B. Topolniski/Survival
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