Cazadores
¿Quiénes son los cazadores-recolectores del planeta? ¿Dónde viven y qué cazan? ¿Qué tribu utiliza uno de los venenos más conocidos por los escritores occidentales de novela negra y por qué sería más adecuado llamarlos “recolectores-cazadores”?
Un yanomami corre a toda velocidad por la selva.
A lo largo de los siglos ha prevalecido un concepto erróneo acerca de los cazadores-recolectores que sostiene que existe una jerarquía evolutiva humana por la que los “atrasados” cazadores-recolectores se ubicarían en los escalafones más bajos de la misma, mientras que las sociedades agrícolas más avanzadas o sofisticadas estarían posicionadas en lo más alto.
Por largo tiempo un mito colonial, esta teoría ha sido utilizada durante milenios para justificar el robo de los territorios tribales, explica Stephen Corry, director de Survival International. Algunas sociedades cazadoras-recolectoras no han conseguido sobrevivir a los cambios de su entorno, pero otras han florecido y seguirán prosperando si se respetan sus derechos humanos y se reconocen sus derechos territoriales.
Hoy en día los cazadores-recolectores no son vestigios de la historia humana. Conforman algunas de las únicas sociedades igualitarias del mundo, y a menudo valoran también la igualdad entre grupos de edad y sexo, e incluso con el medioambiente.
Se han adaptado a climas y ecosistemas cambiantes y han desarrollado un extraordinario repertorio de tácticas y herramientas que probablemente guarden poco parecido con el modo de vida de los pueblos prehistóricos hace 10.000 años.
© Claudia Andujar/Survival
Los modos de vida de los cazadores-recolectores actuales refleja, no solo el ingenio de sus propias sociedades, sino también la latente creatividad de los seres humanos.
La caza exige agilidad, paciencia, conocimiento y habilidades complejas que se han transmitido de generación en generación. Proporciona sustento a las familias, a menudo es de donde mana el prestigio masculino y puede determinar la identidad colectiva de un pueblo. Cazamos y ponemos trampas explicaba el anciano innu Joe Pinette. Es lo que hacen los innus.
Se requiere un gran ingenioañade Stephen Corry. Un hombre indígena cazador combina las habilidades del maestro artesano, del atleta consumado y del estratega astuto.
Y como universal para todos los cazadores, el prestigio es inherente a la caza. Los cazadores aman cazar, dice Corry. Va más allá de conseguir alimento.
Un buen cazador lo ve como uno de los mayores logros.
© Survival International
Los cazadores aprenden su oficio a una edad temprana.
Los chicos yanomamis de la Amazonia brasileña aprenden a “leer” las huellas de los animales y trepan por los árboles atando sus pies con lianas; las niñas yanomamis ayudan a sus madres a plantar cultivos como la yuca o mandioca en sus huertos y a llevar agua desde los ríos.
A los niños bosquimanos de Botsuana se les dan arcos y flechas para cazar ratas y pequeños pájaros, y se les enseña a matar liebres o hacer mantas de piel de gemsbok. Niñas de solo cinco años ayudan a sus madres a recolectar plantas, bayas y tubérculos.
Niños de la tribu de piaroa, que viven junto a las riberas del río Orinoco de Venezuela, cazan las enormes tarántulas que se alimentan de pájaros, y las tuestan sobre el fuego.
Yo crecí como cazador, dice Roy Sesana, un hombre bosquimano gana de Botsuana. Todos nuestros jóvenes y hombres eran cazadores.
© Mark Hakansson/Survival
Durante generacione, las vidas de muchos cazadores-recolectores han sido devastadas por la invasión de colonos, gobiernos racistas y empresas decididas a sacar ganancias a costa de sus tierras.
Los innus del nordeste de Canadá fueron durante miles de años cazadores-recolectores nómadas, que seguían a las enormes manadas migratorias de caribúes a través de Nitassinan, su vasta patria subártica.
En la década de los años 50 y 60 fueron presionados por el Gobierno y la Iglesia católica a asentarse en comunidades fijas. Buena parte de su tierra fue confiscada y la caza del caribú, la esencia de su identidad como pueblo, se reguló estrictamente.
Todo un modo de vida resultó desestabilizado y las consecuencias humanas fueron desastrosas.
Hace varios años, cuando se preguntaba a un hombre innu por su ocupación, decía “cazador”, explica Jean Pierre Ashini, un hombre innu de Canadá.
Ahora, dice “sin empleo”.
© Joanna Eede/Survival
De forma parecida los bosquimanos, habitantes originarios del sur de África, vivieron en sus tierras como cazadores-recolectores durante decenas de miles de años.
En la actualidad los últimos cazadores bosquimanos viven en la Reserva de Caza del Kalahari Central de Botsuana, donde la caza se desarrolla con flechas y conlleva el asedio de la presa durante muchas horas, a menudo bajo un sofocante calor, hasta que la presa colapsa.
Pones una trampa o sales con un arco y una flecha, explica el bosquimano Roy Sesana. Sigues el rastro del antílope. Puede llevar días. Él sabe dónde estás. Pero corre y tú tienes que correr. Puede durar horas y ambos acabáis exhaustos.
Los bosquimanos de la reserva sufren la persecución del Gobierno de Botsuana desde hace décadas. Su derecho a vivir y a cazar en su tierra ancestral les ha sido denegado.
Entre 1997 y 2005 durante el transcurso de tres desalojos masivos prácticamente todos los bosquimanos fueron obligados a salir de la reserva y llevados a campos de reasentamiento.
Hoy en día, apenas son capaces de cazar. En 2014 se ha prohibido la caza en Botsuana lo que añade grandes dificultades a los bosquimanos; cuando lo intentan se les detiene y golpea rutinariamente.
© Brent Stirton/Survival
Yo vivo en la arena, camino sobre la arena, busco huellas en la arena y he visto el rastro de este animal sobre la arena, por lo que yo he matado a este animal mientras los dos corríamos por la arena.
Tú sabes lo duro que está trabajando Kudu. Lo sientes en tu propia piel. Lo ves en las huellas, ella está contigo y tus piernas no son tan pesadas.
Cuando sientes que Kudu está contigo, entonces controlas su mente. Sus ojos ya no son salvajes. Tú has atrapado a Kudu en tu propia mente.
Cuando se cansa, tú te vuelves fuerte. Tú coges su energía. Tus piernas se liberan. Corres rápido como ayer.
Karoha, bosquimano de Botsuana.
© Dominick Tyler
El pueblo indígena awá es una de las últimas tribus cazadoras-recolectoras de Brasil.
Han prosperado en la selva amazónica durante generaciones, cazando cerdos salvajes, tapires y monos con flechas de dos metros, y recolectando los alimentos que produce la selva, tales como el babaçu, las nueces, las bayas de açaí y la miel.
Durante las últimas cuatro décadas, sin embargo, han presenciado la destrucción de su tierra y el asesinato de su pueblo a manos de los foráneos. En la actualidad, más del 34% de uno de sus territorios ha sido talado para dar paso a la ganadería.
Como resultado de la campaña de Survival, las autoridades brasileñas están expulsando a los invasores, pero para asegurar a supervivencia de los awás el Gobierno debe proteger sus tierras de futuras invasiones.
© Domenico Pugliese
Los hadzas, una pequeña tribu de cazadores-recolectores con una refinada habilidad, viven en las aguas sódicas del lago Eyasi de Tanzania.
Hasta hace treinta años los hadzas cazaban con frecuencia grandes animales como cebras, jirafas y búfalos en una tierra de acacias que cubren densamente su hogar en Yaena Chini. Compartían su morada con rinocerontes, leones, elefantes y grandes manadas de animales de sabana.
La mayoría de los grandes mamíferos ha menguado en número en la actualidad debido a la invasión de la tierra hadza por sus vecinos pastores; hoy en día los hadzas cazan sobretodo madoquas o dik-dik (unos antílopes de pequeño tamaño), monos, cerdos salvajes, jabalíes e impalas.
El Gobierno de Tanzania ha intentado “sedentarizar” a los hadzas en repetidas ocasiones. En la actualidad únicamente entre 300 y 400 hadzas de los aproximadamente 1.300 que quedan siguen siendo cazadores-recolectores nómadas; el resto vive en comunidades asentadas y complementan los alimentos que compran en las tiendas locales con productos silvestres.
© Joanna Eede/Survival
Las mujeres hadzas abandonaban el campamento casi todas las mañanas con sus palos de excavar, que utilizan para llegar hasta los profundos tubérculos. Buscaban raíces, los ya mencionados tubérculos, bayas y frutos de baobab.
La división sexual del trabajo existe en la mayoría de las tribus cazadoras-recolectoras. Mientras los hombres salen a cazar grandes animales las mujeres recolectan otro tipo de alimentos.
La dependencia mutua en los alimentos que consigue el otro ha fomentado el desarrollo de sociedades igualitarias: las mujeres hadzas, por ejemplo, tienen una gran autonomía y participan en igualdad con los hombres en la toma de decisiones.
© Joanna Eede/Survival
La mayor parte de la dieta de los cazadores-recolectores proviene, de hecho, de la recolección y no de la caza.
Esto ha llevado a algunos científicos a invertir el nombre a “recolectores-cazadores”, dice Stephen Corry.
Se piensa que en la dieta de los bosquimanos el ratio de consumo de vegetales y carne es de casi 6:1, y que comen, aproximadamente, 80 especies diferentes de plantas.
© Dominick Tyler
Muchas dietas de cazadores-recolectores son altamente nutritivas.
Se ha llegado a sugerir, incluso, que el desarrollo de la agricultura provocó en realidad una deficiencia proteica, y que la población humana se redujo tras la primera adopción de los cultivos.
Las evidencias halladas en huesos y dientes parecen apuntar a un incremento de las muertes infantiles y a un decrecimiento de la longevidad media, allí donde la agricultura suplantó gradualmente a la caza, explica Stephen Corry.
En la actualidad, aquellos cazadores-recolectores que se abstienen de ingerir los alimentos procesados occidentales prácticamente siguen sin verse afectados por el cáncer, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y las crecientes tasas de obesidad, predominantes en las sociedades industrializadas.
Nosotros, los hadzabes, no tenemos constancia de hambruna en nuestra historia oral, comenta un hombre hadza.
La razón es que dependemos de los productos naturales del medioambiente.
© Yoshi Shimizu
Se piensa que las tribus cazadoras-recolectoras de las islas Andamán, los jarawas, granandamaneses, onges y sentineleses, llevan viviendo en su hogar del océano Índico desde hace más de 55.000 años.
Se cree que los jarawas registran niveles “óptimos” de nutrición. Su dieta se basa en alimentos como el cerdo salvaje, el lagarto monitor, peces, cangrejos, gambas y moluscos, y la complementan con diferentes raíces silvestres, tubérculos, frutos secos, semillas y miel. La pesca en los arrecifes coralinos la llevan a cabo con arcos y flechas. Tienen un conocimiento enciclopédico de más de 150 plantas y 350 especies animales.
© Survival
Los innus del nordeste de Canadá tradicionalmente cazaban caribúes, osos, martas y zorros, y pequeños mamíferos como castores, puercoespines, perdices, chocas de nieve, patos y gansos.
Pescaban trucha ártica y salmón en los profundos lagos, y recolectaban arándanos, uvas y manzanas silvestres en el otoño.
Pero después de la década de los años 50, su dieta fue reemplazada por otra alta en grasas saturadas, azúcares refinados y sal. La obesidad se volvió habitual en sus comunidades y con ella su corolario: la diabetes, que era relativamente infrecuente entre los innus antes de que fueran asentados.
Los estudios sugieren que esto podría deberse al alto contenido en ácidos grasos omega-3 y antioxidantes en su dieta tradicional.
_ Cuando era niño, hace unos quince años, aquí no había diabetes ni cáncer. Nuestros abuelos cazaban y se alimentaban de forma saludable con los productos de la tierra_, dice Michel Andrew, un hombre innu de Sheshatshiu.
© Katie Rich
Los cazadores-recolectores poseen un detallado conocimiento de los animales, plantas y hierbas de sus ecosistemas.
De no ser por el especializado conocimiento botánico de muchos pueblos indígenas y tribales, compuestos medicinales vitales seguirían siendo desconocidos en la actualidad; se piensa que las plantas han sido cruciales para el desarrollo de un 50% de los medicamentos de prescripción actuales.
Los yanomamis, por ejemplo, utilizan rutinariamente unas 500 especies de plantas como materiales de construcción, alimentos y medicinas. Alivian la diarrea con el jugo de la viña leñosa conocida como uña de gato y tratan las infecciones oculares con la corteza del árbol del copal.
En Norteamérica, la aspirina, un analgésico manufacturado, se desarrolló a partir de la corteza del sauce blanco que los indígenas americanos hervían para tratar los dolores de cabeza.
Los innus también poseen una comprensión íntima de las plantas y los animales de su tierra: la savia dorada de los abetos se utiliza como pegamento para la construcción de canoas, pomada para las quemaduras solares y goma de mascar.
© Survival International
Los cazadores-recolectores han desarrollado durante generaciones sofisticadas técnicas de caza, rastreo, agricultura y navegación.
El cazador debe poseer un extraordinario entendimiento de los animales, dice Stephen Corry. Necesita predecir los movimientos y hábitos con exactitud. Necesita saber dónde empezar a buscar, y reconocer la más imperceptible de las señales: sus huellas en el suelo o su olor impregnado en una hoja o en el mismo aire.
Un cazador podría imitar a un depredador con el objetivo de asustar a la presa hacia un compañero, o copiar la llamada de una hembra en celo para atraer a los machos. Los cazadores “pigmeos” imitan la llamada de apareamiento de los duikers (o antílopes africanos) que atrae a diversas especies de pequeños antílopes. De forma parecida, los cazadores siberianos son capaces de imitar el lloro de una cría de reno buscando a su madre o el rugido de un macho en celo.
Los mokenes, pueblo semi-nómada austronesio que vive en el archipiélago de Mergui, en el mar de Andamán, ha desarrollado la habilidad única de enfocar la vista bajo el agua, lo que les permite bucear en busca de alimentos en el suelo marino como el pepino de mar o crustáceos, que capturan con arpones, flechas y sedales de mano.
© Cat Vinton/Survival
Las cuerdas de los arcos de los hadzas de Tanzania están hechas con ligamentos de animales; las flechas son confeccionadas meticulosamente con madera de kongoroko y rematadas con plumas de gallinas de Guinea.
Entre las armas de caza se encuentran arcos y flechas, cerbatanas, porras, arpones o lanzas; en la actualidad también se emplean pistolas o rifles.
Las cerbatanas amazónicas pueden superar los dos metros y medio de largo. Las que utilizan los penanes de Malasia, conocidas como keleput, miden aproximadamente 1,8 metros de largo y están hechas de madera dura.
Los “pigmeos” aka capturan presas con hojas de vid y cazan con grandes redes; las mujeres también participan: cantan y gritan mientras persiguen a los animales para que salgan fuera de los arbustos y caigan en las redes.
© Jean du Plessis/Wayo Africa
Los autores de novela negra han escrito ampliamente sobre ello; los yanomamis y muchas otras tribus amazónicas untan sus dardos con él.
Se trata del curare, una mezcla venenosa de diferentes plantas que se hierven hasta obtener una gruesa sustancia pegajosa que se impregna en los dardos y se deja secar. Cuando entra en contacto con la sangre del ave o mamífero herido consigue relajar sus músculos. Los monos ya no pueden sujetarse a las ramas y los pájaros ya no pueden volar; de hecho, caen al suelo donde pueden apresarse. El curare se ha introducido en la medicina occidental como un relajante muscular y hace posible cirugías como la operación a corazón abierto.
Las flechas envenenadas son también cruciales para los bosquimanos del Kalahari. Generalmente obtienen el veneno de larvas de escarabajo triturado o de las entrañas de una oruga venenosa conocida como n’gwa.
Los hadzas usan la savia tóxica de la rosa del desierto para cubrir las puntas de sus flechas.
© Jerry Callow/Survival
Algunas tribus cazadoras-recolectoras amazónicas también pescan vertiendo en el agua un veneno vegetal que obtienen a base de machacar diferentes plantas. El compuesto venenoso suele denominarse barbasco o timbó. El veneno aturde temporalmente a los peces, que flotan hasta la superficie permitiendo a los indígenas cogerlos y depositarlos en sus cestos. Cuando pasado un rato el veneno pierde su efecto los peces que no fueron atrapados se recuperan y siguen nadando.
Los penanes de Sarawak, una de las últimas tribus de cazadores-recolectores de Malasia, también vierten toxinas en el agua, obtenidas a base de machacar una serie de plantas de la selva, para matar a los peces.
© Survival
Para muchos cazadores-recolectores, la caza también cuenta con una dimensión mítica y espiritual.
Por los animales se siente un gran respeto, como seres que sustentan la vida humana. Una característica común es la noción de que el cazador llega a un “pacto” con el animal cazado. La caza consiste en ir y hablar con los animales, dice el bosquimano Roy Sesana. Tú no robas. Tú vas y preguntas.
Los innus no consideran los animales cazados como presas. Comparten escrupulosamente la carne del caribú y preservan con cuidado los huesos de sus patas; desecharlos sería irrespetuoso para kanipinikat sikueu, el espíritu “Maestro” del caribú. Los cuernos se cuelgan en lo alto de los árboles como una señal de respeto.
El mito yawanawá sostiene que un cazador tiene mucha suerte si regresa con un jabalí que tenga una pata blanca.
© Joanna Eede/Survival
Las complejas normas que gobiernan la caza protegen los recursos de los que dependen las comunidades indígenas.
La relación de los “pigmeos” yakas con su entorno está regulada por el sistema de restricción e intercambio establecido bajo el concepto de ekila. Si los yakas no comparten debidamente, si cazan en exceso, se ríen de los animales cazados o comen determinado tipo de animales, su ekila quedará arruinado. Dañar el ekila significa que la caza podría resentirse, las mujeres tener dificultades durante el parto y los niños enfermar.
Todavía hoy los yakas, como muchos otros pueblos indígenas, son criminalizados a menudo como “furtivos” porque cazan para alimentarse. Como resultado hoy se enfrentan a acosos, palizas e incluso torturas a manos de las patrullas antifurtivos.
© Kate Eshelby/Survival
La mentalidad de los cazadores-recolectores está profundamente arraigada a la psique humana.
Y sin embargo a los cazadores-recolectores que todavía perviven y que han habitado en sus tierras durante milenios se les sigue considerando “atrasados” o primitivos, de una u otra manera.
Muchos pueblos indígenas han tomado decisiones distintas a las de las sociedades industrializadas y prefieren ser móviles en vez de sedentarios optando por cazar o pastorear en vez de cultivar la tierra, dice Stephen Corry. Pero son tan contemporáneos como cualquier otra sociedad humana.
Sus problemas surgen del robo de sus tierras, de los proyectos de “desarrollo” y de las políticas opresivas y racistas que amenazan con aniquilarlos.
A menos que sus tierras sean demarcadas y sus derechos humanos honrados, sus vidas siempre se encontrarán en peligro, y con ellas muchas de las extraordinarias habilidades, ideas y creencias que sus modos de vida han generado.
© Kate Eshelby
Entre las sombras de la selva tropical de Sarawak un cazador penan lleva hasta su boca una cerbatana y con una exhalación corta y potente dispara un dardo hasta lo alto de los árboles.
Hubo una vez en que todo el mundo dependía de la caza y la búsqueda de alimentos para sobrevivir. Los seres humanos cazaban animales salvajes, recolectaban plantas y se adaptaban exitosamente a hábitats diversos y, a menudo, inhóspitos.
Todavía se encuentran por todo el mundo sociedades cazadoras-recolectoras: desde los inuit, que cazan morsas en el hielo del ártico, hasta los cazadores de armadillos ayoreos del árido Chaco sudamericano, pasando por los awás de la selva amazónica brasileña y por los pastores de renos de Siberia.
En la actualidad, sin embargo, sus vidas se encuentran en peligro. Los desafíos con los que se ven forzados a lidiar diariamente nada tienen que ver con su fortaleza innata y su ingenio como pueblo, sino que irrumpen en forma de amenazas externas y opresivas sobre sus tierras, su salud y sus modos de vida.
© Julien Coquentin
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