La COP del “carbono de sangre”

Artículo escrito en 2023 por Ashley Dawson, profesor de estudios poscoloniales en la Universidad Municipal de Nueva York, y Fiore Longo, responsable de investigación y campañas de Survival International, el movimiento global de defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Son coeditores de "Decolonize Conservation!" (Common Notions Books, 2023).

 

Al tiempo que agasajaban por todo lo alto al rey Carlos III de Inglaterra durante su reciente visita oficial, las autoridades kenianas expulsaban a unos 700 indígenas ogieks de sus hogares ancestrales en el bosque Mau. Esta no es más que una de una larga ristra de expulsiones violentas que han sufrido los ogieks y que suelen preceder al robo de sus tierras por el Gobierno y la subsiguiente explotación maderera de los bosques que ellos llaman su hogar. No obstante, se cree que esta oleada más reciente de desalojos tiene que ver con un proyecto particularmente ominoso, cuyas implicaciones se extienden, más allá de Kenia, al resto de África y gran parte del Sur global: el crecimiento de los mercados de créditos de carbono basados en el conservacionismo.

Estos proyectos de compensación basados en el mercado y las correspondientes “soluciones basadas en la naturaleza” del cambio climático ya han dado pie a la expulsión de muchas comunidades indígenas en todo el mundo. Si los negociadores y las organizaciones conservacionistas logran imponerse en la COP28, es probable que el número de expulisiones se dispare. Los negociadores debatirán en la conferencia y es posible que aprueben la creación de un nuevo mercado de carbono de alcance mundial.

La idea que subyace a los mercados de carbono estriba en que las empresas contaminadoras, en vez de reducir sus propias emisiones de gases de efecto invernadero, compran créditos de carbono supuestamente derivados de la reducción de las emisiones de carbono en algún otro lugar. Comúnmente esto se ha basado en la afirmación de que ciertos bosques u otros ecosistemas del Sur global están protegidos. De este modo, las empresas que siguen emitiendo carbono verán “compensada” su producción sucia mediante la conservación de bosques en algún lugar remoto. Establecidos por primera vez en el Protocolo de Kyoto de 1997, los mercados de carbono generan supuestamente un flujo de dinero hacia los países en desarrollo para ayudarles a preservar los sumideros de carbono y desarrollar sus economías con criterios de baja emisión de carbono.

Sin embargo, los mercados de carbono no funcionan como se dijo. Numerosos estudios e investigaciones independientes indican que más del 90 % de los proyectos de compensación forestal de la principal entidad certificadora generan créditos de carbono que en realidad no representan ninguna reducción efectiva de las emisiones de carbono. Por tanto, las empresas contaminadoras siguen contaminando porque pueden “compensar” (léase ecoblanquear) su contaminación con esos créditos sin valor, por lo que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera sigue aumentando.

Los mercados de carbono también incentivan a los gobiernos y las empresas a organizar el robo de tierras. Después de todo, la plantación de nuevos árboles o la “protección” de bosques existentes para alcanzar el mítico “cero neto” exigen enormes extensiones de tierra. De este modo, los mercados de carbono están estrechamente relacionados con el robo de tierras y los abusos de los derechos humanos. El comercio en estos mercados equivale al tráfico de carbono de sangre.

Mientras se habla mucho del apetito de empresas multinacionales y gobiernos por los mercados de carbono, rara vez se ha puesto el foco en el papel de las organizaciones conservacionistas. Sin embargo, muchos dispositivos de compensación de carbono los administran, gestionan o incluso desarrollan grandes organizaciones conservacionistas como The Wildlife Conservation Society y Conservation International, que así esperan obtener financiación adicional para las Áreas Protegidas  en las que ya están implicadas.

Muchos parques nacionales, reservas de fauna y flora silvestres, bosques o sabanas que ahora se hallan “protegidos”, especialmente en África y Asia, son tierras ancestrales de pueblos indígenas. Son ellos quienes los habían cuidado, protegiendo la flora y la fauna y convirtiendo estos lugares en excepcionales reductos de biodiversidad, hasta que las potencias coloniales primero y las organizaciones conservacionistas después los expulsaron violentamente. Los lugares de ensueño para los ecoturistas de la élite occidental, muchos de ellos ubicados en espacios declarados Patrimonio Mundial de la UNESCO, suelen estar militarizados y en ellos son moneda corriente las violaciones, los asesinatos y las torturas y la población local sufre hambre porque no puede acceder a sus tierras y alimentar a sus familias.

Después de haber sido sacrificados en aras a la conservación, los pueblos indígenas se enfrentan ahora a nuevas atrocidades en nombre de la mitigación del clima. Un informe reciente de Survival International, Blood Carbon: How a Carbon Offset Scheme Makes Millions from Indigenous Land in Northern Kenya (Carbono de sangre: cómo un proyecto de compensación de carbono gana millones en tierras indígenas del norte de Kenia), muestra cómo las comunidades pastorales, que figuran entre las menos responsables del cambio climático, pierden sus bases de sustento y se les acusa de destrucción del medioambiente en nombre de un mecanismo de compensación. Mientras que dicho mecanismo no beneficia para nada al clima, permite a empresas contaminadoras como Netflix y Meta afirmar que cumplen los objetivos de cero neto.

Si las empresas, los gobiernos y las organizaciones conservacionistas continúan impulsando proyectos fraudulentos en relación con el carbono en vez de hacer frente efectivamente a la crisis climática, a los pueblos indígenas y al planeta entero les espera un lúgubre futuro.

Las recientes expulsiones brutales de los ogieks no son más que un ligero anticipo de lo que vendrá. La última ronda de desalojos en Kenia comenzó dos meses después de que el país acogiera la primera Cumbre Africana del Clima. Esta cumbre se centró en posicionar el continente como nuevo campeón de la lucha contra el cambio climático, abriéndolo al mismo tiempo a una nueva ola de inversiones, esta vez en nombre de la mitigación del clima. En señal de su compromiso, el gobierno keniano firmó un acuerdo –apenas unos días antes de proceder a las expulsiones de ogieks‒ por el que iba a ceder millones de hectáreas de su territorio para la producción de créditos de carbono.

La COP28 será un momento crucial en el debate en torno a la compensación de carbono. Las empresas y organizaciones conservacionistas alegarán que las compensaciones son un arma fundamental en la lucha por reducir las emisiones de los combustibles fósiles y canalizar fondos hacia el Sur global. Sin embargo, cunden los malos augurios. El acuerdo encaminado a compensar el carbono desde el territorio keniano implica a una empresa llamada Blue Carbon, vinculada a miembros de la familia gobernante de los Emiratos Árabes Unidos, el sexto país del mundo que más contamina per cápita. Ya se han firmado pactos similares con varios otros países africanos, que abarcan un territorio del tamaño del Reino Unido, para proyectos de compensación de carbono. Estos proyectos podrían servir para afirmar que las emisiones de los Emiratos están siendo “compensadas”.

La COP28 estará presidida por los EAU, y su presidente será el sultán Al Jaber, el administrador de la compañía de petróleo y gas del país, la Abu Dhabi National Oil Company (ADNOC). No es extraño que esta COP28 sea probablemente el escenario de un fuerte impulso de la compensación de las emisiones de carbono en vez de la reducción efectiva de las destructivas emisiones de carbono. En efecto, se prevé que uno de los resultados principales de esta COP será la creación de un nuevo mecanismo mundial de comercio de carbono auspiciado por Naciones Unidas. Ya se han publicado propuestas detalladas para este mecanismo, y por desgracia carecen de toda garantía real frente al abuso de los derechos de los pueblos indígenas, al robo de sus tierras y a la privación de sus bases de sustento. En lugar de frenar los daños causados por los mercados de carbono existentes, el nuevo mecanismo probablemente los extenderá y exacerbará. Hay que detener estos planes, de lo contrario la cumbre en los EAU será recordada como la COP del carbono de sangre.

 

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