STOP a los abusos de las organizaciones conservacionistas contra los indígenas

Versión en español del artículo escrito por Caroline Pearce, directora de Survival International, publicado en The Times (en inglés) y en Il Corriere de la Sera (en italiano) en 2024.
Los llamamientos al príncipe Harry de Reino Unido para que dimita de la junta directiva de la organización conservacionista African Parks, tras las revelaciones de The Times y otros medios sobre las brutales persecuciones de sus guardaparques a los cazadores-recolectores bakas en el Congo, no surgen de la nada.
Survival International lleva mucho tiempo investigando, y denunciando, las violaciones de los derechos humanos de los pueblos indígenas relacionadas con la conservación de la naturaleza. Hablamos por primera vez con African Parks sobre estos abusos hace más de una década, y escribimos al príncipe Harry y a los dirigentes y financiadores de African Parks el año pasado. Hace tiempo que deberían haber actuado.
Además, no se trata de casos aislados. Al contrario, en toda África y Asia, la “conservación” es, para muchos indígenas, la principal amenaza para su existencia.
Mientras el público dona generosamente millones de euros al año en la creencia de que sus fondos se utilizan para salvar gorilas, elefantes y otras especies silvestres “exóticas”, el modelo de conservación que WWF, Wildlife Conservation Society y otras organizaciones siguen haciendo dominante es el de la opresión y la violencia.
Las grandes organizaciones conservacionistas financian, forman o incluso emplean directamente a guardaparques para imponer este despojo. A su vez, se permite el turismo de lujo, e incluso la explotación forestal y minera, y los indígenas expulsados acaban inevitablemente en una situación de marginalidad y miseria extremas.
Los bakas, expulsados ahora de su preciada selva, han sido empujados a vivir al borde de las carreteras madereras, a lo largo de las cuales circulan estruendosos camiones cargados de grandes troncos. Cubiertos de polvo y desesperadas, personas que antaño llevaban una vida sana y autosuficiente, se ven apartadas de todo cuanto tenía valor en sus vidas: las plantas medicinales para curar a sus hijos, alimentos y sus lugares sagrados.
Han perdido la selva que su pueblo cuidó durante tanto tiempo y a la que llamaban hogar. En contrapartida, alguna que otra vez se les ofrece limosna a modo de puestos de trabajo, quizá en un lujoso alojamiento turístico en sus tierras, o donativos bajo el apelativo de “compromiso comunitario”.
La solución a este delito inexcusable, pues de eso se trata, es sumamente sencilla: reconocer los derechos de propiedad de los indígenas sobre sus territorios ancestrales y acabar con todo el opresivo modelo de “conservación de fortaleza”. Pero claro, esto convierte en prescindibles a las grandes organizaciones conservacionistas; no es de extrañar que sean tan reacias al cambio.
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