“Soy una mujer, una guerrera, y no tengo miedo”

Artículo escrito por Laura de Luis, responsable de comunicación de Survival, para la revista de Asociación Solidaria Aragonesa, Y El Sur, publicado en marzo de 2024.

 

Las lluvias no llegan. El invierno se confunde con la primavera, el verano parece eterno y el otoño un paréntesis en el tiempo. La tierra se seca.

Este paisaje fantasmal que nos recuerda al que describía Juan Rulfo en Pedro Páramo trasciende la ficción para convertirse en una realidad palpable y cruel que asola vastas extensiones del planeta e impacta duramente sobre las vidas de cientos de millones de personas.

La crisis climática viene a agravar las injusticias sociales y los conflictos bélicos que promueve la codicia del Norte Global, y que no entiende de fronteras, pero sí de privilegios. Nuevas formas de colonialismo que ahora se enmascaran tras los intereses de poderosas industrias y gobiernos, pero que se siguen nutriendo del expolio del territorio ajeno. En contrapartida encontramos corrientes de resistencia que ejercen de contrapeso a los abusos del poder, como el inspirador movimiento indígena.

Nuestro planeta lo habitan más de 370 millones de personas indígenas, de las que más de 150 millones viven en sociedades que mantienen un vínculo vital con la tierra. Para los pueblos indígenas el territorio no es un recurso más, sino que es la esencia misma de su existencia. Sus culturas y cosmovisiones únicas arraigan en él, y es la base de su sustento y de su bienestar. Cuando se respetan sus derechos territoriales son sociedades prósperas y autosuficientes. Su supervivencia es indisociable del entorno que habitan.

Los pueblos indígenas resisten desde hace siglos al robo sistemático de sus territorios, a la imposición de los mal llamados proyectos de “desarrollo” y a una violencia genocida. En la actualidad resisten también a las devastadoras consecuencias no solo del cambio climático, sino también de las supuestas “soluciones verdes” que nos venden quienes ostentan el poder para “mitigarlo”. Aunque en la práctica, estas soluciones se traducen en aún más robos de tierras indígenas por parte de organizaciones conservacionistas y en atroces violaciones de derechos humanos a manos de los guardaparques armados que financian.

Con la expulsión forzada de sus territorios ancestrales llega una cascada de destrucción: enfermedades, miseria, adicciones, suicidios e incluso el exterminio de pueblos indígenas no contactados. A nivel global la violación sistemática de sus derechos territoriales provoca una pérdida irreparable de la diversidad humana, pero también de la biodiversidad ya que los pueblos indígenas son los guardianes del 80% de las zonas más biodiversas del planeta.

Para ellos la lucha por sus tierras es la lucha por su supervivencia: porque sin ellas no pueden existir como los pueblos únicos que son.

 

“Nunca me iré de aquí. Moriré en nuestra tierra ancestral. No huiré. Soy una mujer, una guerrera y no tengo miedo”.

 

Estas palabras de Damiana Cavanha, lideresa indígena guaraní-kaiowá de Mato Grosso do Sul (Brasil), son toda una declaración de intenciones y simbolizan la encarnizada lucha de los pueblos indígenas por sus territorios ancestrales. Pero también su imbatible resistencia, siglo tras siglo, genocidio tras genocidio.

Para los guaraní-kaiowás su tierra es el origen de toda la vida y la simbiosis entre ambos es tal que “kaiowá” significa en su lengua “gente del bosque”.

Pero más de quinientos años de expolio y oleadas de violentas invasiones han convertido los bosques fértiles que una vez fueron el hogar de este pueblo indígena en inmensos desiertos verdes de haciendas y plantaciones que abastecen el mercado brasileño de biocombustibles. Allí lo único que se escucha ahora es el estruendo de los tractores que fumigan y cosechan.

A pesar de que los guaraníes son uno de los pueblos indígenas de América Latina con mayor población, los terratenientes y las industrias del agronegocio han usurpado casi por completo sus tierras. La comunidad de Damiana, en particular, fue expulsada a la fuerza de su territorio, Apy Ka'y, a principios de los noventa y desde entonces resisten junto a la cuneta de una transitada carretera mientras que, al otro lado, una valla de alambre de espino custodiada por hombres armados les impide regresar a su hogar ancestral.

La vida de Damiana ha estado marcada por la voluntad férrea de recuperar su tekoha, la tierra de su pueblo desde tiempos inmemoriales, y nunca se rindió: desafió a sicarios, terratenientes y políticos liderando a su comunidad en varias “retomadas” (reocupaciones de su tierra) que fueron brutalmente reprimidas.

Y esta misma determinación, que comparten todos los pueblos indígenas del mundo, es la que nos guía en Survival International para luchar junto a ellos por su derecho a vivir en sus tierras como decidan hacerlo.

Damiana falleció recientemente, pero su espíritu indomable y su resiliencia continúan inspirando a generaciones presentes y futuras a preservar sus raíces y defender sus creencias, recordándonos que la verdadera riqueza de la humanidad reside en su diversidad.

La tierra es vida para los pueblos indígenas. Y la naturaleza que preservan en sus territorios es también vida para todos los seres vivos del planeta. Es responsabilidad conjunta defender sus derechos territoriales: por los pueblos indígenas, por la naturaleza y por toda la humanidad.

 

 

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