La bella y la bestia ‒ La verdadera historia oculta tras los lugares del Patrimonio Mundial

Artículo escrito por Fiore Longo, directora de la campaña de Survival International para descolonizar la conservación de la naturalza.

 

Así que aquí estoy, contemplando boquiabierta el fascinante paisaje que se extiende ante mis ojos: las lejanas montañas con todos los matices del verde, el agua transparente de un lago sereno que refleja el cielo y esa puesta de sol de color dorado oscuro me sumergen en una profunda reflexión. Parque Nacional Kaeng Krachan, Tailandia. Las letras esculpidas declaran el nombre con orgullo, y justo debajo de ellas una pareja joven y enamorada inmortalizan el momento en una selfie. Todo muy idílico, una postal del paraíso. Al fin y al cabo, nos hallamos en un lugar declarado Patrimonio Mundial, y con toda la razón.

Pero entonces, “Ahí no... ¡allí!” Kai, nuestro guía, me arranca de la ensoñación, señalando un lugar junto al lago. Y en un instante el sueño se desvanece.

“Allí es donde encontraron partes del cuerpo de Billy.”

Pholachi “Billy” Rakchongcharoen. Memorizad el nombre. El activista indígena karen, Billy, desapareció en abril de 2014 después de que unos guardaparques lo detuvieran por recoger miel. Cinco años después aparecieron pedazos chamuscados de su cráneo en un barril debajo de un puente. Justo aquí. Billy apenas tenía 30 años, tan joven como esta pareja que se saca fotos.

Más tarde nos reunimos con su viuda. Sus ojos, cargados de pesadumbre, imploran: “¿De qué nos sirve un lugar del Patrimonio Mundial en nuestras tierras ancestrales? Nunca beneficia a la comunidad, solo nos quita cosas.”

Amarga ironía, ¿no? Este paisaje, ensalzado por la UNESCO en virtud de su “valor extraordinario para toda la humanidad”, encierra una tragedia. Los auténticos guardianes, los karen, pagan el precio. Los karen practican la agricultura rotativa, una manera sostenible de cultivar la tierra en que van alternando pequeñas parcelas de terreno. Básicamente preparan un nuevo espacio para plantar provocando incendios controlados, que enriquecen el suelo y favorecen la biodiversidad. Después de un par de años se trasladan a una nueva parcela y repiten el proceso. Todo esto lo acompañan con rituales y ceremonias para honrar la Tierra, su fuente de alimentos. Desde tiempos coloniales, los conservacionistas, insensibles a esta armonía, hablan de “tala y quema”. En 1996, los karen de Bang Kloi, la aldea de Billy, fueron desalojados a la fuerza de sus tierras con la excusa de proteger el parque. Se resistieron. Billy fue uno de aquellos guerreros hasta que su voz fue silenciada.

En 2020, inspirados por Billy y su abuelo, el indómito karen Ko-ee, quien murió a los 107 años de edad tras una vida de resistencia, los karen de Bang Kloi recuperaron su territorio, pero solo para volver a ser expulsados violentamente. A pesar de esta triste historia, a pesar de las peticiones de tres relatores especiales de Naciones Unidas, preocupados por los derechos humanos, la UNESCO declaró Patrimonio Mundial el Complejo Forestal de Kaeng Krachan en 2021. El reconocimiento se basó en “criterios naturales”: un “hábitat natural importante para la conservación in situ de la diversidad biológica”.

“Natural” lo es tan solo para la mirada miope de los expertos de la UNESCO y los turistas. En realidad, estos paisajes han sido esculpidos y cuidados durante generaciones por los indígenas. Como señaló un hombre karen, “El personal del Comité del Patrimonio Mundial solo ve el bosque y los animales, no ve a la gente. No nos ve a nosotros. Es una especie de ceguera.” Otra voz karen añadió con contundencia: “Declarar Patrimonio Mundial el Complejo Forestal de Kaeng Krachan es una grave vulneración de los derechos humanos.” La condición de Patrimonio Mundial ha comportado más acoso, detenciones y restricciones. Recoger setas, un mero acto de subsistencia, ahora está prohibido.

 

 

No es tan solo una tragedia tailandesa. Es una tragedia global. Investigaciones de derechos humanos han documentado torturas, violaciones y asesinatos de personas indígenas en muchos sitios “naturales” declarados Patrimonio Mundial, especialmente en Asia y África. Estos lugares, admirados por su belleza y su valor ecológico, se convierten en zonas de guerra para sus habitantes. Gobiernos y ONG, armados con la bendición de la UNESCO, expulsan a los indígenas, echándoles la culpa de la degradación de lo que habían estado protegiendo durante mucho tiempo.

Los países anhelan el reconocimiento de la UNESCO. Les da prestigio, atrae turistas y financiación. Pero para los expulsados es una pesadilla.

En mis viajes con Survival, el movimiento mundial por los derechos de los pueblos indígenas, he visto esas “maravillas del mundo”. Las vastas praderas del Serengueti, la selva umbría congoleña de Odzala, las reservas de tigres de India, la grandeza del Yosemite; todas comparten un oscuro secreto. La prístina vida silvestre que tanto adoran los turistas es fruto, a menudo, de la sangre, el sudor y las lágrimas de pueblos indígenas. Estos paisajes eran su hogar, mantenidos por sus conocimientos y sus prácticas hasta que gentes foráneas decidieron que eran “naturaleza virgen” que necesita protección por parte de las mismas personas que mejor les entendían. Es colonialismo disfrazado de conservacionismo.

Para muchos pueblos indígenas, sus tierras declaradas Patrimonio Mundial se convierten en territorios ajenos, que no les pertenecen a ellos, sino a “todos los pueblos del mundo”, especialmente los turistas que pagan para acceder. Hemos de poner en tela de juicio este modelo de conservación, del mismo modo que hicimos con otras ideas anticuadas, injustas y dañinas, como la segregación racial o la desigualdad de género. Los auténticos protectores de nuestro patrimonio natural compartido son los pueblos indígenas. Sus formas de vida son sostenibles, deseosas de asegurar el sustento de las futuras generaciones. Para ellos, la naturaleza es el hogar, el fundamento de su estilo de vida y su supervivencia. Son los mejores cuidadores del mundo natural. Como declaró un grupo de karens, desafiante a pesar de los años de opresión, “Si no luchamos hoy, no habrá futuro para nuestros hijos”.

La UNESCO debe dejar de apoyar un modelo de conservación que elimina a los pueblos indígenas y comenzar a borrar de la lista de sitios del Patrimonio Mundial los lugares en que se producen vulneraciones de los derechos humanos. Solo entonces podrá comenzar a descolonizarse y proteger de veras nuestro planeta.

 

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