Conservacionistas indígenas en las reservas de tigres de la India
Las vidas de miles de indígenas en las reservas de tigres de la India están siendo devastadas en nombre de la conservación de la naturaleza. El Gobierno de la India los está expulsando de forma ilegal de la tierra en la que siempre han vivido y a la que siempre han protegido.
Se les acusa de dañar la vida silvestre, pero, lejos de matar a los tigres, muchas tribus los veneran como a dioses y cuidan de su medioambiente mejor que nadie.
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Los pueblos tribales de la India han convivido con la extraordinaria flora y fauna de la selva nutriéndola durante siglos. “Todos hemos convivido como si fuésemos uno: el bosque, los animales y las tribus”, dijo un hombre jenu kuruba.
No es una coincidencia que tantas tribus vivan en las reservas de tigres: saben convivir con el majestuoso felino y han protegido y cuidado de sus entornos durante generaciones. Son los mejores conservacionistas y guardianes de la naturaleza.
Esto se debe a que los pueblos indígenas de la India tienen una relación cercana y profunda con la selva, de la que dependen para su sustento y supervivencia. El bosque no es solo su hogar. Es sagrado, es su vida, medicina y alimento. Las tribus lo tratan con cariño y respeto. Un hombre chenchu explicaba: “Amamos el bosque como un niño ama a su madre.”
El bosque es el hogar de los dioses y las divinidades de los pueblos indígenas. Los jenu kurubas tienen lugares sagrados en la selva donde veneran pequeñas estatuas de barro. Las tribus misings rinden culto al río enviando barcos hechos con hojas de plátano con ofrendas para la deidad de sus aguas.
A pesar de la abundante y espesa vegetación, los indígenas no necesitan mapas. Cuentan con un extraordinario y profundo conocimiento de cada árbol, roca o arroyo. Los soligas conocen 45 hojas diferentes para cocinar. Pueden identificar el olor de animales y adivinar el estado de ánimo de un elefante por el modo en el que sostiene su trompa.
La mayoría de las tribus tienen pequeños terrenos de cultivo y recolectan frutas, tubérculos, verduras y miel, su golosina favorita (¡a los jenu kurubas les gusta tanto que su nombre significa “recolectores de miel”!). Otras tribus viven de la pesca o, como los misings, del pastoreo. Muchos pueblos como los baigas o los soligas solían cazar y practicaban la agricultura de rotación de cultivos hasta que ambas prácticas fueron prohibidas. Para los baigas, labrar la tierra con un arado era una maldición, “como arañar los senos de la Madre Tierra”. Ahora están obligados a practicar la agricultura sedentaria.
La relación recíproca de los pueblos indígenas con el bosque se basa en su respeto por los ciclos naturales y su sentido de la responsabilidad con las generaciones futuras. Sus costumbres les impiden tomar más de lo que necesitan o desperdiciar algo. Muchos se rigen por el principio de devolver a la naturaleza lo que le quitan.
Cuando recogen miel de árboles altos, los soligas guardan una poca para ellos y dejan otra poca cerca del suelo para los tigres, porque “los tigres no pueden subirse a los árboles para recolectar la miel”. Los baigas solo se sirven de la madera de árboles viejos para permitir que los más jóvenes crezcan y los reemplacen. Como nos dijo una mujer chenchu, “si los foráneos se adentran en el bosque, talarán todos los árboles y se llevarán todos los frutos; nosotros no talamos los árboles y solo tomamos los frutos que necesitamos”.
A pesar de las demandas de muchos conservacionistas, para los pueblos tribales la selva no supone un peligro ni una amenaza. Se ríen ante la idea de que temen al tigre y nos explican que siempre han convivido con ellos. Muchas tribus, como los chenchus, veneran al tigre, al que consideran un dios y un miembro de su extensa familia espiritual que también comprende otros animales como la pantera o el oso. Otras, como los baigas o los misings, ven a los tigres como compañeros con los que comparten la selva. Los soligas explican que no tienen miedo cuando se encuentran con un tigre. Hasta un niño soliga sabe que solo hay que llamarle “perro grande”: aparentemente, basta con este insulto para alejarlo.
Gracias a esta aceptación del tigre, los animales prosperan en aquellas regiones de las que no se ha expulsado a los indígenas. En un censo reciente se muestra que el número de tigres en una de las reservas ha aumentado muy por encima de la media nacional desde que los soligas se convirtieron en el primer pueblo tribal al que se le reconoció su derecho a permanecer en una reserva.
Las pruebas demuestran que los pueblos indígenas son los mejores en el cuidado de su entorno y, por tanto, los más indicados para proteger a los tigres y su selva. A pesar de esto, las prácticas conservacionistas actuales amenazan con acabar con los guardianes indígenas de la India y con su legado natural expulsando de manera ilegal a las comunidades de sus tierras ancestrales y criminalizando sus actividades de subsistencia.
Por ejemplo, los soligas solían provocar incendios controlados como parte de su técnica de rotación de cultivos, lo que ayudó a frenar la propagación de la planta invasiva lantana. Sin embargo, el Gobierno prohibió esta quema en nombre de la conservación de la naturaleza y ahora la lantana está estrangulando el bosque, lo que hace que sea muy difícil para los animales encontrar comida. Un soliga explicó, “éramos los únicos que conservábamos el bosque quemando residuos, y solíamos gestionar y controlar la lantana. El Departamento de Bosques no sabe cómo proteger nuestra selva.”
“Cuando vivíamos aquí, el bosque estaba a salvo”, dijo un hombre chenchu a Survival. “Cuando nos expulsaron, se destruyó el bosque.”
Para los pueblos indígenas de la India, el vínculo con sus tierras es visceral y clave para la supervivencia del tigre. “¿Cómo podemos vivir sin el bosque?”, pregunta un hombre baiga, a lo que muchos baigas añaden, “¿Cómo puede vivir el bosque sin nosotros?”