¡Atención, indígenas en aislamiento! Estos antropólogos dicen que van a recuperarse, pero ustedes morirán

Los indígenas aislados colocan lanzas en forma de cruz para advertir a los foráneos que se mantengan alejados. © Marek Wolodzko/AIDESEP

Stephen Corry analiza por qué un reciente artículo de unos antropólogos amenaza con torpedear los recientes avances en derechos indígenas al abogar por establecer contacto con pueblos indígenas en aislamiento altamente vulnerables.

“Todos © G. Miranda/FUNAI/Survival

Un par de antropólogos afirman que los gobiernos están incumpliendo con su responsabilidad si no permiten el contacto con pueblos indígenas en aislamiento. Esto amenaza con torpedear los recientes avances en materia de derechos indígenas que han evolucionado laboriosamente a lo largo de más de una generación. Es un discurso interesado y destructivo, y manipula los hechos para que sostengan la tesis.

En un artículo publicado en la revista Science en junio de 2015, los antropólogos estadounidenses Robert Walker y Kim Hill muestran cómo los primeros contactos con pueblos indígenas amazónicos en aislamiento provocan una disminución considerable de su población, pero sin embargo prosiguen afirmando que es “una vulneración de la responsabilidad gubernamental” que los gobiernos “rechacen los contactos autorizados y bien planificados”. La revista, que ha publicado a menudo la visión del “brutal salvaje” al hablar de pueblos indígenas, se negó a publicar los comentarios críticos que recibió el artículo.

Brasil solía aplicar la política que Walker y Hill sugieren: su Gobierno instigó el contacto con indígenas entre los años 60 y 80 bajo el clamor de “abrir” la Amazonia y explotar sus recursos. Quería “pacificarlos” para que dejasen de resistirse al robo de sus tierras. Uno de los trabajadores de campo, Antonio Cotrim, dejó su labor porque no podía seguir soportando ser un “cavador de tumbas” para los indígenas con los que había confraternizado. Apoena Meirelles, uno de los expertos en materia indígena más experimentados, dijo: "Los pueblos indígenas (…) han empezado a recorrer las primeras etapas del largo camino hacia la miseria, el hambre y (…) la prostitución (…) Preferiría morir luchando (…) defendiendo sus tierras y su derecho a vivir que verlos reducidos a mendigos el día de mañana”.

De la “pacificación” a la protección

El departamento encargado de los asuntos indígenas brasileños, FUNAI, siempre ha contado con trabajadores muy sensibilizados que llevaban a los indígenas en su corazón, y para finales de los 80 su política había girado humanamente de la “pacificación” a intentar detener primeramente la invasión de los territorios indígenas.

Ahora Walker y Hill quieren retroceder en el tiempo. Defienden que un “plan bien organizado” y el acceso a personal médico es todo cuanto hace falta para que los contactos sean “historias de éxito”. Pero esto no es cierto: las autoridades brasileñas también contaban con muchos planes cuando los indígenas morían masivamente y hay numerosos casos en los que el personal médico no pudo, y todavía hoy no puede, evitar las muertes.

Sydney Possuelo, un antiguo director de FUNAI, organizó decenas de expediciones para tomas de contacto durante más de 40 años y tiene infinitamente mayor experiencia que cualquier antropólogo. Recientemente contaba su experiencia con los indígenas araras: “Creía que sería posible hacerlo sin dolor o muertes y organicé uno de los frentes mejor equipados que FUNAI haya tenido nunca. Lo preparé todo (…) Puse en marcha un sistema con médicos y enfermeros. Me aprovisioné con medicamentos para combatir las epidemias que siempre sobrevienen. Disponía de vehículos, un helicóptero, radios y personal experimentado. Pensé: ‘No dejaré que ni un solo indígena muera’. Y se produjo el contacto, las enfermedades llegaron y los indígenas murieron”.

Walker y Hill hacen un intento por justificar su posición con la perversa afirmación de que es “poco probable” que los pueblos indígenas en aislamiento sean “viables”. En su opinión las enfermedades provenientes del exterior “agravadas con la variabilidad demográfica y la endogamia” hacen que su desaparición sea “muy probable en un futuro cercano”. Hill va aún más allá en otro artículo en el que escribe: “Casi con toda seguridad muchos grupos aislados se extinguieron en el siglo XX sin haber siquiera establecido contacto”. Esto es extraño: en realidad hay muchos pueblos indígenas aislados, muchos más que el doble del número indicado por los autores, y aquellos cuya tierra aún no ha sido invadida siempre están sanos y fuertes. No hay pruebas de que muchos hayan desaparecido sin intervención externa.

“Pueblos © Gleison Miranda/FUNAI/Survival

Los pueblos indígenas aislados están en grave peligro, pero se debe a las enfermedades y a la violencia que genera la invasión de su territorio. Cuando se les deja vivir en paz parecen tan “viables” como cualquiera.

Desplome de población irrecuperable

Los antropólogos también sostienen que “poco después de un contacto pacífico (…) las poblaciones indígenas que sobreviven se recuperan rápidamente del declive demográfico”. La expresión clave aquí es “que sobreviven”. Obviamente, los indígenas que no sobreviven al contacto se recuperan menos que un gato muerto.

Hay varios ejemplos conocidos de restos de pueblos indígenas reducidos por el contacto a una docena de integrantes o menos que están lejos de recuperarse, y hay sin duda incontables casos que nunca conoceremos, que quedaron abocados a la trituradora de la historia. También hay muchos ejemplos que contradicen directamente a los antropólogos, en los que la población ha permanecido muy por debajo de las estimaciones previas al contacto durante generaciones a pesar de disponer de medicina occidental. Por ejemplo, los aborígenes de Australia todavía son solo alrededor de la mitad de cuantos se estima sumaban antes del contacto.

El concepto al que llaman “declive demográfico”, que los antropólogos parecen querer mitigar con la posterior “recuperación”, es por supuesto un eufemismo del sufrimiento y muerte, evitables, de millones de indígenas que vienen ocurriendo desde Colón.

Cuando la población sobreviviente crece, como por ejemplo en Norteamérica, sus problemas de mala salud, muerte temprana, abuso de alcohol y drogas, suicidio, entre otros, no parecen ser una tentación para adoptar nuestra versión particular de la sociedad humana. 

A pesar de ello, Walker y Hill piensan que es “improbable” que estos pueblos “escogiesen el aislamiento si dispusiesen de información completa (por ejemplo, si supiesen que el contacto no provocaría masacres y esclavitud)”. Esta premonición sobrehumana (¿o inhumana?) es una de sus afirmaciones menos defendibles. La “información completa” no es masacre y esclavitud. El principal asesino de los pueblos indígenas recién contactados es la enfermedad, seguida de la violencia y después el robo de tierras, y el resultado es una desintegración social catastrófica. Esto es clara y trágicamente evidente en muchas reservas de nativos americanos o entre los guaraníes de Brasil, donde el suicidio de la persona más joven registrado hasta el momento fue el de una niña de 9 años.

¿Qué pueblo abandonaría el aislamiento si antes pudiera conocer el caso de Pine Ridge o de los guaraníes y si supiera que muchos de sus hijos morirían como consecuencia? Hay muchos pueblos indígenas contactados que sí saben lo que ocurre y su respuesta es luchar para proteger a sus parientes aislados del contacto. Valmir, un indígena kaxinawá, informaba hace poco: "Hay varios grupos aislados (…) cerca (…) Estamos protegiendo su tierra y nos mantenemos alejados (…) para que puedan vivir tranquilamente”.

Un hombre awá, Wamaxua, declaró: “Cuando vivía en la selva, tenía una buena vida. Ahora, si me encuentro con algún awá no contactado en la selva, le diré: ‘¡No te vayas! Quédate en la selva (…) No hay nada aquí fuera para ustedes’.” Los awás en aislamiento no solo están protegidos ahora por sus parientes awás sino también por los indígenas guajajaras.

El hecho de que haya casos de indígenas contactados que se han retirado posteriormente a un mayor aislamiento desmiente de nuevo la tesis de Walker y Hill. Los hechos reales conducen a una única política humana: parar la invasión de las tierras indígenas, no acelerarla con expediciones para entrar en contacto.

Cualquier afirmación que sostenga que esto no son más que castillos en el aire, que no hay recursos para proteger el territorio indígena, debe ser enérgicamente rechazada. El dinero está ahí. Cada año se sustraen decenas de miles de millones de dólares de los territorios indígenas, pero el presupuesto de la agencia brasileña para asuntos indígenas es minúsculo y la mayoría se desperdicia en burocracia. Las organizaciones indígenas y los mejores trabajadores de campo de FUNAI están hambrientos de fondos necesarios para proteger la tierra únicamente porque muchos de los que están en el poder establecido quieren lucrarse de su robo.

Este mismo poder establecido está respaldado e instigado por corporaciones internacionales, bancos y agencias de desarrollo y conservación (por “nosotros”, en otras palabras) y todos quieren un trozo de un pastel que no es nuestro.

Las personas que se encogen de hombros ante crímenes contra la humanidad por considerarlos inevitables se convierten en parte de su perpetuación y la hipótesis de Walker y Hill juega a favor de quienes quieren apropiarse de las tierras indígenas. Los dos tampoco consiguen captar cómo funcionan los derechos humanos: todos los avances significativos, desde la lucha contra la esclavitud hasta el apartheid, pasando por la igualdad de género o racial, prosperaron porque desafiaron y empezaron a darle la vuelta a un status quo profundamente arraigado.

Hace doscientos años los progresistas se enfrentaron a una elección: aceptar la esclavitud como algo inevitable e intentar tratar mejor a los esclavos, o luchar para acabar con ella. En este caso ocurre lo mismo: bien poner en contacto a los pueblos indígenas aislados con el mundo industrializado, les guste o no, conscientemente e intentando garantizar que no mueran muchos en el proceso; o bien ayudarlos a proteger la tierra ancestral que se supone que les pertenece en cualquier caso, y permitirles escoger su propio futuro.

“Amakaria y Jakarewyj enfermas en la comunidad awá poco después del contacto.” © Survival

Los derechos territoriales son clave

Los derechos indígenas han dado grandes pasos desde hace cincuenta años, cuando los terratenientes podían librarse de la cárcel declarando que no sabían que matar indígenas fuera algo malo. El principio legal más importante en la actualidad es que nada debería ocurrir en las tierras indígenas sin el consentimiento libre, previo e informado de sus propietarios indígenas. Las incursiones en la tierra de los pueblos indígenas en aislamiento lo vulneran. Pero está claro que a Walker y a Hill no les preocupan estos pormenores legales. Su artículo solo hace una breve referencia a los “derechos de los nativos”, pero ni dice cuáles son ni menciona la clave esencial para la supervivencia indígena: los derechos territoriales.

Pueden argumentar que las leyes apenas se aplican, pero esa no es razón para dejarlas de lado. Es hora de que la sociedad industrializada y las empresas empiecen a cumplir con las normas de las Naciones Unidas y las políticas de responsabilidad social corporativa y dejen de invertir en proyectos que no cuentan con el adecuado consentimiento de aquellos cuyas tierras destruyen, en especial cuando pertenecen a los pueblos más vulnerables del planeta.

Además, hay multitud de casos en los que la aplicación de las leyes ha sido exitosa. Hace poco Brasil expulsó a los madereros de un territorio indígena awá, se ha echado en varias ocasiones a los mineros de la tierra yanomami y se ha impedido que Mobil operase en las selvas de los mashco-piros en Perú, entre otros muchos ejemplos. Las tierras de los pueblos indígenas aislados están siendo protegidas en algunos lugares, al menos por ahora.

Detener el robo de tierras indígenas no es solo la clave para frenar la aniquilación de los pueblos indígenas de América del Sur, sino que es fundamental para proteger la Amazonia en sí. La forma más sencilla y, por mucho, la más económica de salvar la selva es garantizar que la mayor cantidad posible permanezca en manos indígenas. Esto no tiene nada que ver con ninguna ideología de café del “noble salvaje”, sino sencillamente con hechos fácilmente verificables a través de imágenes satelitales.

Como muestra la imagen satélite, las reservas indígenas son la principal barrera contra la deforestación. © Google Earth

Los indígenas aislados harían bien en desconfiar de quienes quieren estudiarlos, en especial de cualquier antropólogo que no sea conocido por su defensa incondicional de los derechos indígenas.

En 1978, Kim Hill era un joven empleado federal de los Cuerpos de Paz de EE.UU. que acababa de llegar a Paraguay, un país que ya había estado bajo el yugo de una dictadura militar durante un cuarto de siglo. Negó que los indígenas achés hubiesen padecido un genocidio a pesar de que los expertos llevaban años afirmándolo. Todo era, como dijo desenvuelta pero simplistamente, “más complejo”. A pesar de lo reservado de su argumento, su negación del genocidio sin duda pareció muy apropiada a ojos de Estados Unidos porque le permitió continuar apoyando al dictador de Paraguay. De ese modo la USAID (agencia estadounidense para el desarrollo internacional) podía eludir la nueva legislación del presidente Carter que le impedía financiar a gobiernos culpables de violaciones flagrantes de los derechos humanos. Negado el genocidio por los “expertos” estadounidenses, dicha agencia y los Cuerpos de Paz podían continuar su labor, al igual que lo hizo el régimen asesino.

Hill tiene razón en que la historia completa siempre es compleja, pero eso no puede implicar una subversión de la realidad, especialmente cuando hay riesgo de destruir a pueblos enteros.

La supervivencia de los pueblos indígenas depende de la protección de su tierra. Esto es particularmente vital para quienes eligen evitar el contacto, pero también aplicable a quienes lo buscan (y ningún analista serio dice que se les deba prohibir hacerlo).

Han pasado solo unos años desde que a los pueblos indígenas en aislamiento se los calificaba como un engaño. Ahora su existencia es innegable. Sabemos cosas que obviamente ellos no saben, pero ellos saben cosas que nosotros desconocemos. Representan la mayor diversidad de la humanidad y demuestran la universalidad del ingenio humano al dar forma al entorno empáticamente para mejorar la vida. Son pueblos por derecho propio.

Quizás, como muchos piensan, sean una causa perdida y sencillamente no podemos tolerar que haya pueblos que escogen un camino diferente al nuestro, que no suscriben nuestros valores y que no nos hacen más ricos a menos que les robemos sus tierras… Quizás realmente tengamos que destruirlos. Pero algunos creemos que no y estamos convencidos de que merece la pena luchar por su causa.

© Stephen Corry, 2015

Más información

- Organizaciones indígenas amazónicas han tachado de “prepotente” e “irresponsable” el llamado de los dos antropólogos estadounidenses a forzar el contacto con indígenas en aislamiento.

- Carta abierta de organizaciones indígenas de toda Sudamérica manifestando que la propuesta de los antropólogos Kim Hill y Robert S. Walker de forzar el contacto con pueblos indígenas en aislamiento altamente vulnerables es “peligrosa e ilegal”.


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