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Saliendo poco a poco del aislamiento

Los zo’és, a los que identificamos rápidamente por los largos palos que llevan en el labio inferior, mantuvieron su primer encuentro con foráneos en 1987, cuando misioneros evangélicos los contactaron. Diezmados por la enfermedad poco después, su población vuelve a crecer de nuevo.

Zo’és

Un modo de vida pacífico

Los zo’és son un pequeño y aislad pueblo indígena que vive en las profundidades de la selva amazónica en el norte de Brasil. Tan sólo mantienen un contacto continuo con foráneos desde 1987, cuando misioneros de Misión Nuevas Tribus levantaron un puesto en su tierra. Ésta ha sido oficialmente reconocida por el Gobierno, que controla el acceso a ella para minimizar la transmisión potencial de enfermedades como la gripe y el sarampión.

Los zo’és viven en grandes casas rectangulares con techos de paja, abiertas por todos los laterales. En ellas, varias familias viven en comunidad, duermen en hamacas que cuelgan de las vigas y cocinan en las hogueras a cielo abierto que hay por los laterales.

Las mujeres zo’é suelen llevar a sus bebés en portabebés que tejen con fibras de palma o el algodón que cultivan en sus huertas. © Fiona Watson/Survival

Los zo’és aprecian las “nueces de Brasil”, y a menudo ubican sus comunidades junto a arboledas que dan este fruto. Además de proporcionarles una rica fuente de alimento, utilizan las cáscaras de las nueces como brazaletes y la fibra que contienen para tejer las hamacas.

Las comunidades de los zo’és están rodeadas por grandes huertos donde cultivan mandioca y otros tubérculos, pimientos, bananas y muchas otras frutas y verduras. Cultivan algodón, que después utilizan en ornamentos corporales y hamacas, para tejer los portabebés y para unir las puntas de las flechas.

Una familia zo’é descansa en las hamacas que hacen con la fibra de las nueces brasileñas. © Fiona Watson/Survival

Los zo’és son polígamos, y tanto los hombres como las mujeres pueden tener más de un compañero/a. Es bastante común que una mujer con varias hijas se case con diferentes hombres, algunos de los cuales podrían casarse más tarde con éstas.

Todos son iguales en la sociedad zo’és. No hay líderes, aunque las opiniones de hombres particularmente elocuentes, conocidos como , tienen más peso que las de otros en asuntos como el matrimonio, la apertura de viejos huertos o el establecimiento de nuevas comunidades.

Los hombres zo’és son cazadores muy hábiles. Se suele cazar individualmente, pero en determinados periodos del año (“la época del mono gordo” o del “rey zopilote”) se organizan cacerías colectivas.

Cuando las manadas de pecaríes se concentran, los hombres zo’és cazan en grupo, corriendo frenéticamente tras estos animales a los que disparan flechas, mientras las mujeres capturan a las crías asustadas, a las que llevan a sus hogares y crían como mascotas, o lo que ellos denominan raimbé. Los zo’és también pescan utilizando arpones y timbó (un veneno para los peces hecho a base de enredaderas machacadas).

Decoración corporal y rituales

Desde que son jóvenes, los zo’és llevan el m’berpót: un largo palo de madera insertado en su labio inferior.

Los niños zo'és comienzan a llevar el palo en el labio inferior entre los siete y los nueve años; a medida que crecen se les van poniendo palos de mayor tamaño. © Fiona Watson/Survival

Los zo’és cuentan cómo uno de sus antepasados, Sihié’abyr, les enseñó a utilizar el palo del labio. Una de las ceremonias más importantes, y un rito de paso para los niños, es la perforación del labio inferior.

Para hacerla emplean el afilado hueso de la pierna de un mono araña. Después introducen un diminuto m’berpót. Los niños pasan por este ritual cuando tienen unos siete años y las niñas con nueve. A medida que crecen, se les van insertando palos de mayor tamaño.

Las mujeres llevan sobre sus cabezas elaborados tocados que hacen con las suaves plumas blancas del pecho de los zopilotes (una especie de buitre), y pintan sus cuerpos con urucum: una pasta de color rojo intenso realizada a base de semillas de anato machacadas.

Como muchos otros pueblos indígenas de América del Sur, los zo’é utilizan la pasta de anato para pintar sus cuerpos y sus rostros. © Fiona Watson/Survival

Los rituales marcan numerosos aspectos de la vida de los zo’és, como el nacimiento y la muerte, la primera menstruación de las jóvenes y el primer tapir cazado por los jóvenes adolescentes.

Quizás, la mayor ceremonia colectiva sea el seh’py, que puede realizarse para marcar cualquier acontecimiento importante. Recibe el nombre de la bebida no fermentada que se sirve durante el ritual, hecha con tubérculos de temporada. Para la ocasión, los hombres se visten con largas faldas de fibra llamadas sy’pi. Hombres y mujeres bailan juntos durante toda la noche unas danzas únicas que acompañan con cánticos. Al amanecer, los hombres terminan la bebida y la expulsan vomitándola todos al mismo tiempo.

Futuro incierto

Un grupo de zo’é descansan junto a uno de sus ríos preferidos, Brasil. © Fiona Watson/Survival

Como muchos otros pueblos indígenas que han sido recientemente contactados por la sociedad nacional mayoritaria, la vida está cambiando para los zo’és. Algunas personas han acusado a la FUNAI, el departamento de asuntos indígenas del Gobierno brasileño, de mantenerles en una especie de “zoo humano”, a cuyo territorio se permite el acceso de muy a pocas personas, al tiempo que se persuade a los zo’és para que no salgan fuera.

Pero esta política indudablemente ha salvado vidas, y la población de los zo’és se ha estabilizado y está creciendo en estos momentos.

No obstante, los zo’és sienten curiosidad por conocer a sus vecinos y el mundo que hay más allá de sus límites territoriales, y han expresado su deseo de aprender más sobre el mundo exterior.

En febrero de 2011, por primera vez, un grupo de zo’és viajó a Brasilia, la capital de Brasil, para presentar sus reivindicaciones ante las autoridades.

Éstas incluían un proyecto educativo, la formación de zo’és como trabajadores sanitarios y un programa de protección territorial en el que ellos mismos pudieran participar activamente.

Antes, cuando no había hombres blancos, los zo’és no tenían enfermedades. En el pasado había muchos niños y mujeres, ahora, ya no hay muchos.
Jirusihú, hombre zo'é

El reto actual para los zo’és consiste en conocer sus derechos y entender a la sociedad brasileña, de modo que puedan interactuar en igualdad de condiciones con ella, sin sucumbir a enfermedades comunes como la gripe, frente a las que todavía son extremadamente vulnerables.

La presión sobre su territorio y sus recursos naturales está aumentando: recolectores de nueces, buscadores de oro, misioneros y cazadores invaden periódicamente su tierra, y la frontera de los cultivos de soja cada vez está más cerca.

Primer contacto

Los zo’és han vivido tranquilamente en la densa selva que hay entre los ríos Erepecuru y Cuminapanema desde tiempos inmemoriales.

En las décadas de los años cuarenta y cincuenta, los hombres que cazaban jaguares y otros felinos salvajes para sacar provecho de sus pieles fueron los primeros en interrumpir la paz de la selva. Después, los buscadores de oro y los recolectores de nueces brasileñas también comenzaron a adentrarse en ella.

Los zo’é viven en las profundidades de la selva amazónica y construyen casas en medio de sus huertos, donde cultivan verduras y frutas como la yuca y la banana. © Fiona Watson/Survival

Los zo’és habían tenido encuentros fugaces con estas personas, pero no se les alteró hasta 1975, cuando un vuelo de reconocimiento de minerales sobre la selva avistó a una de sus comunidades. Las personas del vuelo regresaron para lanzar productos desde el avión, y después informaron que los zo’és los pisotearon y los enterraron.

Con el tiempo, una comunidad misionera de Brasil supo de la existencia de los zo’és, y en 1987 la Misión Nuevas Tribus estableció un puesto y una pista de aterrizaje junto a su territorio.

Según los propios misioneros, el primer contacto definitivo con los zo’és tuvo lugar el 5 de noviembre de 1987. Durante varios días antes del contacto, grupos de zo’és habían estado observando secretamente a los misioneros en su puesto. Años después, un cazador zo’é recordó cómo se divertían con las técnicas de caza de los misioneros, ya que no se movían con rapidez por el bosque. También les hizo gracia cómo transportaba uno de ellos un pecarí sobre sus espalda “con su cabeza colgando y sus mandíbulas haciendo chasquidos”.

Actualmente la población de los zo'és se ha estabilizado, tras las devastadoras epidemias que los asolaron en la década de los años ochenta. © Fiona Watson/Survival

Finalmente, algunos zo’és fueron al puesto e intercambiaron puntas de flecha rotas por productos de los misioneros. Poco a poco más zo’és fueron llegando y construyendo sus hogares cerca del puesto, atraídos por la disponibilidad de herramientas útiles como machetes, cuchillos, sartenes y aparejos de pesca.

Pero la tragedia no tardó en llegar: los zo’és comenzaron a padecer enfermedades frente a las que no tenían inmunidad. Con tantos zo’és en un mismo lugar, la gripe, el tifus y la malaria se propagaron rápidamente. Como la situación empeoraba, los misioneros contactaron con el departamento de asuntos indígenas del Gobierno de Brasil, la FUNAI, que envió a equipos médicos. Las epidemias devastaron al pueblo: aproximadamente un cuarto de los zo’és murió entre 1982 y 1988.

Como reacción por la catástrofe, la FUNAI expulsó del lugar a los misioneros en 1991, e intentó convencer a los zo’és para que regresaran a sus antiguas comunidades.

La FUNAI ha establecido ahora un puesto de última generación con mini hospital incluido para tratar a cualquier zo’é que caiga enfermo, y evitar de este modo la necesidad de trasladarlos a las ciudades más cercanas para ser tratados. A cualquier foráneo que visite a los zo’és se le somete a un minucioso reconocimiento médico antes de que pueda acceder a su territorio. Como resultado de estas acciones, la población de los zo’és se ha estabilizado y está creciendo de forma gradual. Hoy en día hay unos 250 zo’és.

Amenaza creciente

Los zo’és siguen siendo una tribu muy vulnerable. Su población es pequeña y son extremadamente propensos a contraer cualquier enfermedad común frente a la que no han tenido tiempo de hacerse inmunes.

Hasta la fecha, su territorio se ha mantenido relativamente libre de invasiones y en 2009 fue oficialmente ratificado por el Gobierno para su ocupación y uso exclusivos.

Sin embargo, existe una creciente presión sobre la tierra de los zo’és por parte de cazadores, mineros y de los cientos de recolectores de nueces que amenazan las ricas reservas de los árboles nuez de Brasil. También hay misioneros evangélicos que intentan acceder a su territorio. Cualquier incursión de foráneos podría entrañar graves riesgos para la salud de una tribu tan aislada.

Los cultivos de soja situados al sur del límite del territorio zo’é avanzan constantemente hacia el norte, y se teme que pueda ser difícil mantener a los agricultores fuera de este amplio territorio, a menos que se lleve a cabo un riguroso programa de protección territorial.

En muchas zonas de la Amazonia las plantaciones de soja han provocado una grave deforestación. © Rodrigo Baleia/Survival

Los zo’és son curiosos, y desean ver y comprender el mundo que hay más allá de sus fronteras. En febrero de 2011, por primera vez, un grupo de zo’és viajó a Brasilia, la capital de Brasil, para reunirse con varios órganos gubernamentales.

Hablaron de sus preocupaciones por la presión sobre su territorio y dejaron claro que desean participar activamente en un programa para protegerlo. También manifestaron su deseo de contar con un programa educativo adaptado a sus necesidades, así como de otro que forme a los zo’és como agentes sanitarios.

El reto es ser capaces de ayudar a los zo’és a entender e interactuar de forma igualitaria con el mundo exterior, sin comprometer su salud ni su tierra.

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