"El océano es nuestro universo"
Todo ocurre en el mar. No somos personas atadas a ninguna tierra. Las extraordinarias vidas de los mokenes, o “gitanos del mar”, del sureste asiático.
Los moken son un pueblo austronesio seminómada que vive en el archipiélago de Mergui, un grupo de aproximadamente 800 islas en el mar de Andamán que se disputan Birmania y Tailandia.
Se cree que los moken emigraron a Tailandia, Birmania y Malasia desde el sur de China hace aproximadamente 4.000 años. Tradicionalmente han vivido la mayor parte del año en kabangs, barcas de madera construidas a mano, migrando en flotillas entre las distintas islas dependiendo de factores como sus necesidades de subsistencia, los patrones de los vientos, preocupaciones por su seguridad y enfermedades. Siempre han rechazado las posesiones materiales y la tecnología externa.
Entre mayo y octubre, cuando el monzón del suroeste trae lluvias intensas y fuertes marejadas, han vivido tradicionalmente (tal y como todavía hacen las familias seminómadas) en casas temporales construidas sobre pilares en el este de las islas, donde encuentran protección a los tempestuosos vientos.
Hoy, su existencia marítima que no reconoce fronteras nacionales está en peligro. Un pueblo pacífico, ha sido perseguido con frecuencia por los Gobiernos tailandés y birmano; ambos temen sus vidas sin fronteras y han tratado de asentar permanentemente a los moken en parques nacionales.
El número de moken seminómadas ha disminuido en los últimos años debido a las regulaciones políticas y las establecidas tras el tsunami de 2004, las empresas que buscan petróleo en alta mar, los gobiernos que se apoderan de sus territorios para el desarrollo turístico y la pesca industrial. “Hoy, los grandes barcos vienen y se llevan todo el pescado. Me pregunto qué harán cuando el océano esté vacío”, dijo Hook Suriyan Katale al documentalista Runar J. Wiik, creador de la web Proyectos moken que pretende sensibilizar sobre su situación. Muchos moken viven ahora de forma permanente en “comunidades” compuestas por cabañas de bambú, donde venden artesanía como souvenirs y trabajan en barcos, o como jardineros y en el servicio de recogida de basuras para la industria turística.
Algunas familias moken, sin embargo, aún navegan por las aguas turquesas del archipiélago de Mergui, en su kabang, durante siete u ocho meses al año. “Para los moken, el océano es nuestro universo”, dice Hook Suriyan Katale.
La galardonada fotógrafa Cat Vinton pasó seis semanas con una familia seminómada en las islas Surin. En sus fotografías aparecen un padre, Pe Tat, una madre, Sabi, y sus hijos.
© Cat Vinton/Survival
El kabang de Pe Tat, abierto por ambos extremos, anclado cerca de una de las grandes rocas de granito de las islas Surin.
El kabang tradicional de los moken está hecho de madera y se mantiene unido con estacas de bambú y cuerda de ratán. El casco es hueco, la popa ahorquillada y el tejado está hecho de hojas de palma secas. Sólo unas pocas especies de árboles son adecuadas para construir kabangs, entre ellas el árbol de rakam, una planta fibrosa que se hincha cuando está húmeda. Las hojas del pandano, que se encuentran en el bosque, se usan para tejer alfombrillas, cestas y cajas.
Según el antropólogo Jacques Ivanoff, la leyenda de la creación de los moken dice que una ancestral reina de una isla, llamada Sibian, declaró que el kabang representaría el cuerpo humano, con la parte delantera de la barca siendo una boca que come (“okang makan”) y la parte trasera, la que defeca (“butut mae”).
© Cat Vinton/Survival
Pe Tat construye un nuevo techo para el kabang de su familia con hojas de palma. Antes de cortar un árbol, piden permiso a los espíritus.
Según un proverbio moken “Si tu joven hombre es capaz de construir una barca, hacer remos o velas, si sabe cómo usar el mástil para arponear tortugas, entonces le daré a mi hija. Si no, nunca permitiré que se vaya”.
(Proverbio moken, cortesía de Jacques Ivanoff).
© Cat Vinton/Survival
Al enseñar la sabiduría tradicional a los niños se aseguran de que se perpetúa su modo de vida.
Las presiones del exterior, sin embargo, dificultan cada vez más transmitir habilidades y rituales centenarios.
“Esta generación ya no sabe cómo construir los kabang ”, dice Hook Suriyan Katale. “Hoy sólo quedan tres o cuatro personas que conocen el antiguo oficio”.
También se han establecido restricciones a la recolección de madera en parques nacionales.
© Cat Vinton/Survival
El extraordinario conocimiento de los moken sobre el mar, los vientos y los ciclos lunares no está por escrito. Su historia es oral, muy rica en mitos, leyendas y canciones; los niños aprenden a “leer” la naturaleza a través de la observación y la experiencia.
Un mito habla de la “la-boon”, o “la ola que se come personas”, a la que invocan espíritus ancestrales iracundos. La leyenda dice que justo antes de que llegue la-boon, el mar retrocede.
Cuando las olas retrocedieron antes del tsunami de diciembre de 2004, y los kabang quedaron encallados cerca del coral, los ancianos de una comunidad moken en Tailandia reconocieron la mala señal y dirigieron a su comunidad y a los turistas a un sitio elevado seguro. Tan sólo un hombre moken, inválido, murió en el tsunami.
“Los moken viven en contacto con la naturaleza…”, dice Narumon Arunotai, un investigador moken en la Universidad de Chulalongkorn en Bangkok. “Sus vidas dependen de y giran alrededor de ella, por lo que han desarrollado un instinto muy agudo y siempre en guardia ante el peligro. Tienen conocimientos y sabiduría de las que podemos aprender”.
© Cat Vinton/Survival
Pe Tat quema algas del casco del kabang.
© Cat Vinton/Survival
Se cree que los niños moken aprender a nadar antes que a caminar.
Un estudio científico reciente de la Universidad de Lund en Suecia mostró que la vista de los niños moken es un 50% mejor que la de los niños europeos. A lo largo de cientos de años han desarrollado la extraordinaria capacidad de poder enfocar la vista debajo del agua, lo que les permite sumergirse para obtener comida del fondo del mar. “Usan la óptica del ojo hasta donde es humanamente posible”, dice la bióloga Anna Gislén.
Uno de los relatos épicos de los moken cuenta que “Los moken nacen, viven y mueren en sus barcas, y los cordones umbilicales de sus hijos se hunden en el mar”.
© Cat Vinton/Survival
“¡Eh! Escuchad, ancestros, nosotros los moken nos vamos al mar para arponear el pescado”, cuenta un relato moken. “¡Haced lo que os sea posible para que tengamos éxito con el arpón!”.
Los moken comen peces, “dugong”, pepinos de mar y crustáceos, que pescan con arpones, lanzas e hilo de pescar. Hook Suriyan Natale dice que estos métodos sostenibles aseguran que “siempre habrá pesca en el mar”.
También usan redes para capturar marisco en las piscinas naturales que se forman entre las rocas y entre los pantanos poco profundos en el bosque. Antes de capturar ciertas especies, los moken hacen ofrendas espirituales como signo se respeto, en las que usan el poste de los espíritus o “lobong”, con las caras de los espíritus protectores.
(Cuento moken cortesía de Jacques Ivanoff)
© Cat Vinton/Survival
Los moken son habilidosos marineros y buceadores. Pe Tat lleva gafas de buceo hechas a mano con madera y plástico de contenedores de agua. Las lentes están hechas con el cristal de botellas rotas y están pegadas a las gafas con savia.
Las islas Surin fueron convertidas en parque nacional en 1981, lo que incrementó el comercio y el desarrollo turístico en la región. Se impusieron restricciones a la pesca y las actividades recolectoras de los moken, aunque muchos moken, incluso las familias “sedentarizadas”, aún viven de los recursos de la tierra y el mar.
Mientras que otras islas y áreas costeras han sufrido por el impacto de los asentamientos humanos, las islas Surin no se han visto afectadas, en general, por la presencia de los moken. Al igual que muchos otros pueblos indígenas, sólo toman de su entorno lo que necesitan para sobrevivir. La naturaleza nómada de su forma de vida tradicional también hace que se utilicen los recursos marinos y forestales de forma rotativa, por lo que no hay sobreexplotación.
© Cat Vinton/Survival
Sabi pesca cangrejos, langostas, anguilas, erizos de mar y almejas en las piscinas que se forman entre las rocas y en los barrizales, y excava la tierra junto al agua en busca de lombrices.
Se queda con parte de la captura para la familia, e intercambia o vende el resto junto con otros productos como pepinos de mar secos, ostras de perlas, caparazones de tortugas, nidos de pájaros comestibles y alfombras tejidas de pandano. Tradicionalmente han comerciado con estos artículos con los taukay (intermediarios) a cambio de arroz, aceite para cocinar, redes y otros artículos de primera necesidad.
© Cat Vinton/Survival
Pe Tat, Sabi y su familia también dependen de productos del bosque como frutas, raíces, miel y ñames silvestres; usan más de 150 especies como comida, medicinas, materiales de construcción y combustible.
Durante el monzón, las familias moken que siguen el modo de vida tradicional cultivan arroz y mijo en la orilla del mar, y cazan animales como jabalíes y pequeños ciervos.
© Cat Vinton/Survival
Una comunidad moken en una de las islas Surin.
El Gobierno tailandés construyó las casas para los moken después de que el tsunami de 2004 destruyera muchos kabang. Hoy quedan algunos kabang tradicionales en la comunidad, pero ahora la mayoría de las barcas son como el resto de las tailandesas. El desarrollo después del tsunami también ha supuesto la pérdida de acceso de las familias a las zonas en las que solían pescar.
Los moken del archipiélago Mergui se enfrentan a numerosas amenazas: desde el racismo (muchas personas en la Tailandia continental los consideran “atrasados”) y la asimilación en la sociedad mayoritaria, a recibir un disparo o ser arrestados por los guardias fronterizos de Birmania. Algunos están desarrollando dependencia del alcohol, introducido principalmente por los turistas. Una creciente dependencia de bienes de consumo hace que sean también dependientes del dinero en efectivo.
Estar separados de sus entornos y tradiciones ancestrales es, a menudo, catastrófico para la salud mental y física a largo plazo de los pueblos indígenas como los moken. “Las familias en las comunidades permanentes están perdidas”, dice Pe Tat. “No saben qué hacer, porque la vida tal y como era antes ha desaparecido. Están aburridos, y recurren al alcohol”.
Según la investigadora Narumon Arunotai, la adicción ha matado a muchos hombres moken. “Como resultado, las viudas deben soportar mucha más responsabilidad sobre las personas dependientes en el hogar”, explica.
© Cat Vinton/Survival
Bajo la luna llena en el mar de Andamán, Pe Tat, Sabi y sus hijos cenan en el kabang.
Son una de las últimas familias seminómadas que aún navegan en las profundas y limpias aguas de las islas Surin.
“Los moken son como la tortuga”, dice Pe Tat. “Siempre hemos vivido entre la tierra y el mar. Es lo que conocemos, lo que somos y a donde pertenecemos”.
© Cat Vinton/Survival
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